martes, 28 de diciembre de 2010

JUAN SALVADOR GAVIOTA, de Hall Bartlett (1.973)

"No hay errores. Los acontecimientos que atraemos hacia nosotros, por desagradables que sean, son necesarios para aprender lo que necesitamos aprender; todos los pasos que damos son necesarios para llegar adonde hemos escogido".   Richard Bach

Cuando me dijeron que la película que iba a ver ese día trataba de una gaviota y que era parecida a un documental, renegué y estuve a punto de no acudir a la cita: la madre de un inseparable amigo de la infancia se había ofrecido a llevarnos al cine y lo último que se le había ocurrido a aquella buena mujer era... ¡llevarnos a ver una película sin actores, sobre una gaviota!

Poco tardé en darme cuenta de que había sido una decisión acertadísima -incluso teniendo en cuenta nuestra corta edad, pues no tendríamos más de 8 años- y a los pocos segundos de empezar la película ya había sido abducido por la espectacular fotografía de Jack Couffer, las imágenes de una mar rompiente sobre una costa salvaje y por la inolvidable banda sonora de Neil Diamond, en una combinación casi mística, pocas veces superada en la historia del cine. 

En realidad, no sólo disfruté aquel día, sino que "Juan Salvador Gaviota"  (Johnathan Livingstone Seagull, en inglés) ha sido y sigue siendo una de las películas que mayor huella me han dejado y siempre la he recordado como una de las experiencias cinematográficas más emotivas a las que he podido asistir a lo largo de la vida. Quizás pueda parecer que estoy exagerando, pero para alguien que es un apasionado de la naturaleza, el mar, la fotografía, la buena música y la parte espiritual de la existencia, "Juan Salvador Gaviota" es una combinación mágica, en donde las sensaciones entran por los sentidos, hasta el último rincón de nuestro ser.

Con el tiempo y habiendo pasado muchos años, he vuelto a verla en dos ocasiones diferentes y nunca fueron lo mismo. Seguramente, porque para ver esta película en toda su dimensión hace falta la magia, la intimidad, la oscuridad y la grandiosidad de una sala de cine: la fotografía, la música y la espiritualidad de esta pequeña obra de arte lo requieren. Verla en ambientes prosaicos, con interferencias o en condiciones de luz y sonido mediocres, es devaluar la categoría de esta película y sobre todo, perderse de forma miserable el arte y la parte más profunda de esta maravillosa historia filmada. Una película adelantada a su tiempo, que supo combinar con maestría las verdaderas tres dimensiones que hacen grande al cine: la dimensión lúdica, la dimension sensorial y la dimensión espiritual.

Por descontado, también es posible que para disfrutarla plenamente haga falta ser algo más niño y abandonar esa pátina de prejuicios que la vida va depositando sobre nosotros con el paso de los años. Una pátina que termina atrofiando nuestra sensibilidad y nuestra capacidad de percepción, en general para embrutecer nuestras inclinaciones, a base de películas planas, carentes de mensaje y en donde todo se basa en acción y efectos especiales. En Juan Salvador Gaviota se piensa durante su visualización y después de ella y eso es algo a lo que cada día estamos menos acostumbrados.

Precisamente, es esa parte espiritual y de reflexión la que hace verdaderamente grande a esta película, ya que en ella, Richard Bach -el autor de la novela en la que se inspira-, nos habla de superación personal, tesón, esfuerzo, aprendizaje... y libertad. Libertad para ser uno mismo en la vida; libertad para escoger nuestro camino; libertad para decidir sobre nuestras acciones; libertad para hacer crecer nuestra personalidad y reafirmarla frente al criterio anodino de la sociedad a la que pertenecemos; libertad para ser uno mismo... libertad para ser. Una película que nos incita a perseguir nuestros sueños; a tener fe en lo que cada uno de nosotros somos y a renunciar a la comodidad y la vulgaridad de "la bandada". En definitiva, un mensaje que yo recibí cuando apenas empezaba a despertar a la vida y que fuera por la película o porque ya estaba implícito en mi carácter, ha sido lo que siempre he procurado hacer: ser yo mismo. En todo caso, esa filosofía es la que hasta ahora me ha permitido tener una vida plena, en donde el lado espiritual y emocional de la existencia sigue siendo la luz que me guía a lo largo del camino.

Quizás por todo ello, libro, película y banda sonora -una de las mejores de la historia del cine-, deberían formar parte del  contenido de las estanterías de cualquier hogar... y de nuestra experiencia vital más preciada. 

Una advertencia: el mensaje es peligroso, ya que nos aleja de lo formal, de lo socialmente correcto, de la bandada... de la alienación que implica, con frecuencia, la pertenencia a un grupo, y nos acerca a la esfera personal, al camino de dolor, sufrimiento, inconformismo, incomprensión, privación, esfuerzo... superación, autoestima, pasión, libertad y felicidad, que entraña normalmente perseguir nuestros sueños y volar tan alto como lo permitan nuestras alas. 

En mi caso, puedo deciros que ha merecido y sigue mereciendo la pena.

Gracias, Gladys, por aquella inolvidable tarde de cine y por tener tan buen criterio a la hora de  elegir la película. Gracias, Quino, por haberlo compartido a través de una invitación que hoy sigo recordando.

Por Alberto de Zunzunegui







1 comentario:

Francya Castro dijo...

Yo recomendarìa leer el libro, lejo un libro que hay que leer