jueves, 17 de noviembre de 2011

LEOPOLDO CALVO-SOTELO: HOMBRÍA DE BIEN

“La política es un veneno activísimo que no tiene antídoto eficaz. Se te meterá en la sangre, perturbará tus afectos amistosos y aun familiares, hasta contaminar todos tus pensamientos y tus actos. Procura acotar dentro de ti un reducto donde no dejes entrar a la política y defiéndelo” Joaquín Calvo-Sotelo en Pláticas de Familia, de Leopoldo Calvo-Sotelo


A finales del mes de julio, volví a casa con un tesoro entre las manos que mi amigo Andrés me acababa de regalar. Era apenas mediodía y subí aprisa a mi despacho. Dejé los dos libros sobre la mesa y me senté a contemplarlos. Suelo hacerlo siempre que dispongo de una nueva lectura y el deseo de leer me embarga. Paso las manos por su lomo, me fijo en las fotos de la cubierta y  de la contraportada, busco en el cajón de la derecha el señala libros que me parece más adecuado y que permanecerá ya para siempre entre sus páginas, cuando una vez terminado lo deje en su lugar en la biblioteca, y sólo después de este dulce ritual, me decido a abrirlo de una vez. 

En esta ocasión eran dos los tomos cerrados ante mí, Pláticas de familia y Memoria Viva de la Transición, y al interés por los libros se unía la admiración y el profundo respeto que siento por su autor: El segundo Presidente del Gobierno de la actual Democracia Española. 

Tengo la sensación, siempre la he tenido, de que la figura de Don Leopoldo Calvo-Sotelo  es la menos conocida de la de los cinco Presidentes tras la Dictadura y, lo que es peor, guardo la convicción de que, además de poco, es mal conocido. Quizá la considerable estatura, el gesto serio y la voz grave que acompañaban a una mente preclara y a una inteligencia fuera de lo común, lo alejaran del español medio y, sobre todo, del mediocre e hicieran menos perceptible su calidad humana, su bonhomía y ese sentido del humor entre británico y gallego que, quienes tuvieron la dicha de tratarlo y quienes hemos leído su obra, observamos en él. 

Yo guardo en mi memoria  su recia figura en aquel tremendo Congreso de Palma. A mi recuerdo acude la imagen de su gesto preocupado, casi diría que doliente, sabedor de tanta malevolencia como allí se encerraba, y que la mayoría de nosotros aún no alcanzábamos a imaginar. Recuerdo....pero comencemos mejor por el principio, por un día de vaga de mar  en Ribadeo  en el que los ojos de Leopoldo niño observan, por primera vez en la playa de Reinante, las enormes y bellísimas olas que se acercan, o aquél otro instante,  pocos días después en el que, con tan sólo diez años, escucharía las palabras atroces que le gritaran al ir de camino a casa de sus abuelos, y que se grabarían indelebles en su memoria: “Mataron a Calvo-Sotelo. ¡Fixeron ben!”

Leopoldo Calvo-Sotelo había nacido  en Madrid en 1926 y estudiaba en el Instituto Escuela. Su padre, un hombre alto, alegre y melancólico a la vez, de inteligencia luminosa, simpatía arrolladora y aficionado a la música clásica y popular y gallego de Tuy veraneaba en Ribadeo, y allí fue donde conoció a su madre, Mercedes Bustelo. De su matrimonio nacieron cuatro hijas y un solo chico. La vida se presentaba  placentera y hermosa para la familia. Los dos hombres de la casa salían juntos a dar grandes paseos. Leopoldo recordaba especialmente aquellas tardes  veraniegas en el Escorial, en las que su padre le cogía de la mano y le llevaba a ver pasar los trenes. Pero aquellos hermosos años se vieron truncados de golpe tras la muerte prematura del padre, que trajo no sólo un dolor inconsolable, sino una traumática debacle económica. Leopoldo se queda huérfano con apenas siete años, y vive en una casa llena de amor pero sin varones, con su madre y  sus cuatro hermanas; Mercedes, Ana María, Maria Rosa y María Luz.

La ausencia de la figura paterna fue durísima para el futuro Presidente a lo largo de toda su vida. Le duelen los silencios, y añora las conversaciones, los consejos, el calor y la complicidad que una muerte sin sentido imposibilitaran para siempre. Emprende una búsqueda permanente de información, pregunta a cuantos le conocieron y ahonda en las raíces familiares hasta encontrar un eje sólido en el que cincelar, ahormar, afianzar y reconocer la figura del padre.

Cuenta el Presidente en sus Pláticas familiares una anécdota que, indica la importancia vital que tuvieron  para D. Leopoldo los más mínimos rasgos que iba descubriendo sobre la vida de su padre: Arruinado su abuelo materno en la crisis del 29, la escasez obliga a que sus hermanas y él escriban  sus trabajos escolares en unas cuartillas, las cuales sólo disponían de una cara en blanco, la otra contenía una circular en multicopista que ninguno de ellos leyó. Mucho tiempo después, en los albores del siglo XXI, supo que la cara anterior contenía el texto de una carta electoral que su padre dirigió a sus votantes en 1931. Así conoció el hijo, tardíamente, la participación en la vida política activa de su progenitor.

Para poder entender mejor la recia personalidad de nuestro Presidente convendría conocer algunos datos, la mayoría de ellos entresacados de la extensa búsqueda que nuestro protagonista llevó a cabo,  sobre las personas, lugares  y circunstancias que, de una u otra manera, influyeron decisivamente durante su infancia  en la formación de sus inclinaciones y afectos. 

Ribadeo es el ultimo pueblo de Galicia viniendo del oeste, a la izquierda del río Eo y en la calle de la Paz de este municipio se encuentran  la Casa de Arriba y la Casa de Abajo.  

La Casa de Arriba es el Palacio de Sagardelos, mientras que la Casa de Abajo o de Sotelo, era la casa del banquero vasco Antonio Bengoechea que rigió, a más del instituto de crédito, una casa de navegación con líneas regulares de veleros al Báltico y al Caribe. Al morir sin descendencia, y tras una serie de avatares, la Casa de Abajo llega por herencia a Ramón Bustelo González el abuelo materno del Presidente que murió en 1943 y, a la muerte de su esposa en 1962,  la heredaron sus tres hijos.

Muchas de las vivencias del pequeño Leopoldo tuvieron lugar en aquella casa con aquel comedor señorial y enorme a los ojos del niño; el torno, que subía la comida desde las cocinas del piso de abajo, los largos pasillos y, sobre todo... los abuelos. 

Con el abuelo Ramón, liberal de Romanones, se sentaba a escuchar las viejas emisoras nacionales y extranjeras durante la guerra civil española y le recuerda entrañable.  escéptico, melancólico, pensativo y viejo.

De la  abuela materna Doña Rosario, esposa de Don Ramón, le quedan como legado aquellas tardes  en las que el orvallo  iba a mayores, y el pequeño se sentaba a escuchar sus relatos cocinados entre la verdad  y la imaginación. Ni ella misma sabía donde comenzaba el cuento y donde terminaba la realidad, Se basaban casi siempre  en las aventuras ultramarinas de su propia madre y hermanos en tiempos ya lejanos, cuando fueron a reunirse con su padre en las Américas. La forma que tenía de contarlo  transformaba la narración, como por arte de magia, en hazañas bélicas con las que el niño se identificaba y permanecía embelesado sin perder ripio. Uno de los hermanos de Doña Rosario, que con frecuencia resultaba ser protagonista de aquellos cuentos, era considerado por la familia un bala perdida y, por tanto,  el preferido de cualquier niño. El tiempo  puso las cosas en su sitio y resultó ser que Adolfo Vázquez Gómez, que así se llamaba el famoso hermano, fue un eminente periodista, librepensador, republicano y fundador de la primera logia masónica en Uruguay. 

El tío Paco y el tío Ramón Bustelo, los dos hermanos de su madre, siempre estuvieron presentes en la vida del joven Leopoldo. Durante quince años, una vez muerto su padre, comió todos los domingos en casa del tío Paco y la tía Carlota, su mujer. El tío, ingeniero de caminos,  era su adversario al ajedrez, pero no en lo referente a la política, y mantenían  constantes charlas sobre la guerra mundial y  la menesterosa España de la posguerra. Con la tía, ya era otro cantar. Les separaba una considerable distancia en filias y fobias, que no fue obstáculo, sin embargo, para que reinara entre ellos un sincero afecto, no exento de sorna y buen humor.

El tío Ramón, el aviador, con el que no tuvo demasiado trato, era un tanto ácrata y anarquista, ajeno a la política aunque de tendencias izquierdistas. El asesinato de José Calvo-Sotelo le hizo considerar indigno servir a un Estado capaz de consentir, si no organizar, tamaño crimen y, siguiendo las propuestas de otro aviador amigo suyo, fue con él a Cuatro Vientos e inutilizaron las avionetas militares allí estacionadas, excluyendo una en la que huir. Como quiera que Ramón quiso despedirse de su novia telefónicamente, al compañero le entró miedo en la espera y  emprendió el vuelo dejando al tío Ramón en tierra. Éste volvió a Madrid y se refugió en casa de su hermano Paco pero la Policía Militar lo encontró y acabó con sus huesos en la Cárcel Modelo. Cuando le llevaban a Paracuellos, un miliciano, que había sido mecánico de sus padres, le reconoció y salvó su vida. Anduvo de cárcel en cárcel hasta el 1 de abril de 1939. Fue luego Ingeniero Aeronáutico “a más de especialista en esoterismos, cohetes y ovnis y nunca se apuntó al régimen franquista ni se ató a nada que limitara su anarquismo” (sic).

Su abuelo paterno D. Pedro Calvo Camina, siendo juez de Castropol, vecina a Ribadeo se casó con Elisa Sotelo uniéndose por primera vez los apellidos Calvo y Sotelo. Tuvieron cinco hijos. Luis, Pilar, José, Leopoldo y Joaquín. El recuerdo que Leopoldo conserva de su abuelo es el de un hombre esbelto serio y cariñoso que, una vez muerto su padre, les invitó a comer a él y a sus hermanas todos los domingos de su niñez.  Tras el almuerzo y antes de retirarse a descabezar un sueño le entregaba una peseta de plata y le decía: “Adminístrala bien”

Mención especial merece  la relación con su tío el notable dramaturgo Joaquín Calvo-Sotelo, el hermano menor de su padre. A pesar de los veinte años que llevaba a su sobrino, mantuvieron siempre una estrecha amistad y un cariño paterno filial, que ya  no se rompería hasta la muerte del insigne autor teatral en 1993. A Joaquín no le interesó la política activa pero sufrió, como todos y no sé si en mayor medida, las consecuencias de ella. 

-Guardo en lo más hermoso de la memoria aquel personaje de Amelia de su obra “La Muralla” que, en mis tiempos de estudiante, representé junto a alumnas de mi Colegio de Loreto y jóvenes del Colegio del Pilar. D. Joaquín tuvo la deferencia de venir a ver nuestra actuación. Recuerdo sus ojos limpios y la calidez de sus manos al felicitarnos, con la misma seriedad y trascendencia que si hubiéramos sido integrantes de la compañía del María Guerrero-.

Don Leopoldo ciertamente perdió a su padre, pero en sus abuelos y tíos encontró la hombría de bien por la que los varones de  esta extensa familia se han caracterizado desde hace más de dos siglos. Dicho todo esto, no es de extrañar que en alguna ocasión se escuchara esta frase, que bien pudiera ser suya y que muestra el orgullo de raza no exento de fina ironía del Presidente: “Yo soy Calvo-Sotelo los lunes, miércoles y viernes; Bustelo los martes, jueves y sábados, y descanso los domingos”.

En julio del 36 la guerra les sorprende en Ribadeo, Leopoldo inicia sus estudios en el Instituto de la localidad, y allí permanece hasta 1941, con una estancia breve en San Sebastián en 1938. 

En tiempo de guerra los jóvenes estaban en el Frente, así que los profesores  eran viejos, nunca hablaban de la contienda y la disciplina era casi inexistente, Los días de vaga mar se suspendían las clases; si pasaban convoyes militares se les permitía acudir a presenciar el espectáculo y si había algún hecho de armas favorable a los nacionales, se establecían vacaciones por varios días, con lo que aquellos eran tiempos amables para los pequeños. La confrontación perdía su sentido más  trágico, y la vida estudiantil se desenvolvía tranquila y placenteramente. Leopoldo conservó siempre el recuerdo de Su profesor don Genaro, que sembró en él la pasión por las matemáticas. En  febrero del 38 viajan, como se ha dicho, a San Sebastián y permanecen allí hasta finales de agosto, en que vuelvan a Ribadeo, de donde no saldrán hasta 1941.  

Durante la guerra, aparecía regularmente en Ribadeo un desconocido caballero con un acento extranjero, que a los chiquillos les parecía inglés. Un día de tantos le dio a Leopoldo una tableta de chocolate y la edición en español de la carta pastoral de Pío XI Mit brennender Sorge, publicada en 1937, y claramente contraria a los desmanes del Reich alemán. Casi nadie conocía entonces en España las atrocidades nazis. Leopoldo se aprende de memoria el texto papal y más tarde se lo entrega a su abuelo, al que ni le había gustado la política neutralista de 1914 ni la germanofilia de Alfonso XIII, ni mucho menos la pasión que, por todo lo alemán, mostraba Franco. A su regreso a Madrid en 1941, en una comida en el Hotel Victoria, invitado por su tía Enriqueta escucha a los mayores hablar con preocupación de la situación catastrófica de los alemanes. Ni corto ni perezoso Leopoldo  cuenta a sus tíos y primos los horrores propiciados por Hitler, que se reflejaban en el texto papal que, tiempo atrás, aprendiera de memoria. Todos los comensales nacional-católicos en su mayoría, le mandaron callar, reprochando con dureza sus palabras, tachándole de rojo y, hasta quizá, de ser otro bala perdida como Adolfo Vázquez. Sólo su tío Joaquín permaneció en silencio. Las ideas centristas de Leopoldo Calvo-Sotelo habían comenzado a germinar. 

En aquellos años abundaba en la clase media española lo que se conocía como “pariente pobre” –Galdós lo refleja espléndidamente en algunas de sus obras-, Solían ser personas de buena familia que habían vivido con desahogo gran parte de su vida y, por diversas circunstancias, la pérdida del cabeza de familia entre ellas, consumían sus bienes patrimoniales y quedaban en situación de pobreza disimulada, hasta que, llegado el caso, alguno de sus familiares  los acogía  de mejor o peor gana, para evitar un escándalo social. Mercedes Bustelo y sus hijos sufrieron esa situación a su llegada a la Capital. La familia les tomó bajo su protección  consiguiendo becas escolares en el Colegio de la Asunción para las niñas, pero para Leopoldo fue más complicado y, tras un intento fallido con el Colegio del Pilar, se decidió, que estudiara en el Instituto Nacional Cervantes en la calle Prim, cercana a su domicilio. Esta decisión fue prácticamente inspirada por el propio joven quien, habiendo estudiado en el Instituto Escuela en Madrid, pasó al de Ribadeo para de allí asistir al Pena florida de San Sebastián y, de nuevo, al de Ribadeo. Consideraba Leopoldo que en ninguno de ellos le había ido mal, y acudir  ahora al Cervantes le parecía una magnífica idea. Así, nunca fue alumno de un colegio de pago, pero tampoco se dolió de ello. La enseñanza pública le proporcionó independencia, intemperie y libertad, y la feliz memoria de sus admirados profesores de matemáticas, física y filosofía: Don Genaro, Mingarro y Cardenal, permaneció siempre entre los aspectos más positivos de su educación. 

En 1946 Calvo Sotelo  ingresa en la Escuela de Caminos, caracterizada desde el siglo XIX por imponer una férrea disciplina a sus alumnos. Una sola asignatura suspendida significaba la repetición del curso entero, pero el prestigio de quienes llegaban a feliz término compensaba con creces los esfuerzos  de quienes acometían tamaña empresa. Estando en tercero de carrera funda con dos amigos una revista hecha por y para estudiantes, de tirada mensual llamada Arco pero, debido a las quejas de un profesor puntilloso, sólo dos  números vieron la luz. En ellos Leopoldo, que era prácticamente el autor de todos los artículos, pretendía exponer sus argumentos contrarrevolucionarios contra el seminario estudiantil La hora, claramente falangista, y que abogaba incansable por la idea de la revolución pendiente. A nuestro futuro ingeniero tampoco la pluma se le dio nunca nada mal. 

Franco había prohibido las huelgas, pero en el año 1950, estudiando el joven Calvo-Sotelo el último curso de Caminos, tuvo lugar una algarada estudiantil que traería para él una consecuencia que cambiaría su vida. Las nueve escuelas especiales de ingeniería, que consideraban lesivo el decreto de aprobación de la homologación, previo examen de carácter formal, de los títulos de la escuela privada del ICAI de la Compañía de Jesús con los de las escuelas públicas, decidieron comenzar una “huelga a rayas” que consistía en que un día se asistía a clase con las lecciones aprendidas, al día siguiente pedían audiencia al director y le preguntaban si se había derogada el decreto, si decía que no  ellos anunciaban que no acudirían al día siguiente y pasado ese día, volvían a acudir a clase responsablemente.  Pasaron así  dos semanas y, como viera que la huelga no daba el resultado apetecido, el propio Calvo-Sotelo decidió hablar con el ministro de Educación, a la sazón D. José Ibáñez Martín y  llamó personalmente al Ministerio a las once de la noche. A pesar de lo intempestivo de la hora el secretario técnico les confirmó que el señor ministro le recibiría en su despacho al día siguiente. La conversación fue tensa y hasta con veladas alusiones a que quizá no fuera mala idea que los primeros inquilinos de la recién inaugurada cárcel de Carabanchel  pudieran ser los delegados de las escuelas especiales en huelga. “En esto,  se abrió una puerta y una chica joven guapa y con algo de sorna dijo. Oye papá, que dice mamá que si cenamos o no. Es mi hija Pilar, aclaró el Ministro” (sic). A la mañana siguiente Leopoldo le envió unas flores. A los cuatro años se casaba con ella. 

Hay en los relatos del futuro Presidente una constante lealtad  hacia las personas que forman parte de su entorno más íntimo tanto familiares como amigos. Sorprende que alguien de tamaña capacidad intelectual reconozca, sin dolerle prendas, la extraordinaria valía de aquellos que acompañaron sus días de batalla profesional y política, y que incluso en lo más duro de sus juicios, siempre haya una ecuanimidad y admiración por los aspectos positivos de cualquiera de ellos, aun de los que traicionaron su amistad o no fueron dignos de ella. Son notables las palabras sabiamente elogiosas que dedica a Fraga Iribarne, o las páginas de corazón herido relativas a Osorio, Silva o Gonzalo Fernández de la Mora e, incluso, a algún miembro de su familia materna en sus Platicas de Familia. 

Los capítulos Dinero I y Dinero II me parecen premonitorios de los tiempos que corren y recomendaría vivamente su lectura. Con una sencillez impresionante, al tiempo que explica la dureza de la posguerra; el valor del dinero escaso y duramente ganado; la importancia de una buena administración de los bienes en el ámbito personal, en la empresa privada  y de manera muy especial en la actividad política, ya sea en tiempos de vacas gordas como de flacas... D. Leopoldo va relatando las características de los diferentes puestos profesionales que desempeñó, poniendo especial énfasis en el “modo” de acometer cada uno de ellos,  y así vamos siendo testigos de la valía, la entereza, la presencia de ánimo y la integridad de Calvo-Sotelo, a la vez que sentimos que  es ésa la manera honesta de actuar y no la contraria, la que ha asolado la política en los últimos tiempos: la de los demasiado aficionados al dinero, aunque sea propio.

¡No tienen desperdicio esas páginas, y su actualidad y validez se acrecienta hoy, aunque ya hayan pasado diez años desde que lo escribió!




Leopoldo Calvo Sotelo llegó a ser Presidente del Gobierno de España del único partido centrista que alcanzó el poder y todo ello se relata de manera espléndida en su “Memoria viva de la transición” y, lo que es más importante, gozó de una vida plena junto a su esposa, felizmente entre nosotros, y sus ocho hijos, que  conservan  toda la nobleza de espíritu, la honestidad y el buen hacer que sus padres sembraron en ellos. 

Hasta aquí el humilde testimonio de gratitud y admiración por el hombre que fue mi Presidente. Si alguno de ustedes quiere conocer en profundidad al político lean sus libros. Si vivieron aquella época porque reabrirán, del mejor modo posible, una página entrañable de sus vidas, y si no, porque podrán disfrutar de unos tiempos en los que era un orgullo dedicarse a la política de la mano de hombres de la talla de Don Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo a quien... por sus obras lo conoceréis.

Por Elena Méndez-Leite


Bibliografía: 

“Pláticas de Familia”  Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo. La Esfera de Los Libros, 2003
“Memoria viva de la Transición” Leopoldo Calvo Sote y Bustelo. Plaza y Janés, 1991

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