sábado, 25 de agosto de 2012

SOBRE EL GOBIERNO DE LOS MEJORES

Areté: excelencia, virtud, dignidad, honor.
"La economía como esencia de la vida es una enfermedad mortal, porque un crecimiento infinito no armoniza con un mundo finito". Erich Fromm

Recientemente leía un interesante artículo firmado por Martín Mucha, aparecido en la edición de EL MUNDO del pasado día 18 de agosto, en donde recordando la idea de Platón de El Gobierno de los Mejores, se presentaba una lista de catorce brillantes personalidades, todos procedentes del mundo empresarial, a modo de lo que podría ser la candidatura perfecta para formar un gobierno ideal. En realidad, lo que me llamó la atención es que en esa lista no se hubiera incluido también a candidatos procedentes de otras disciplinas. Tal y como dejara plasmado en La República el propio Platón, a su juicio Los Mejores, los llamados a gobernar, no eran los comerciantes o los mercaderes, ni siquiera los más adinerados o poderosos, sino los sabios y los filósofos; aquellos mejor facultados para encarnar las virtudes cardinales: prudencia, valor, templanza y justicia. De ello dan testimonio las propias palabras del filósofo: "A menos -proseguí- que los filósofos reinen en las ciudades o cuantos ahora se llaman reyes y dinastas practiquen noble y adecuadamente la filosofía, vengan a coincidir una cosa y otra, la filosofía y el poder político, y sean detenidos por la fuerza los muchos caracteres que se encaminan separadamente a una de las dos, no hay, amigo Glaucón, tregua para los males de las ciudades, ni tampoco, según creo, para los del género humano; ni hay que pensar en que antes de ello se produzca en la medida posible ni vea la luz del sol la ciudad que hemos trazado de palabra" (Platón. La República, libro V).

Sin embargo y en descargo del autor de dicho artículo, a quién además agradezco sinceramente el haber propiciado esta reflexión, es importante señalar que el planteamiento es muy común, puesto que lo llevamos implícito en nuestra propia cultura, empeñada en asociar y equiparar el éxito en la vida al éxito económico; empeñada en asociar la capacidad de generar riqueza y triunfar en el ámbito empresarial, con la justicia, la inteligencia o la sabiduría, olvidando que el limitado alcance de esos conceptos así planteados, es una de las principales causas de nuestra desgracia y de los males que afligen a la humanidad. 

Por ello y al margen de cualquier valoración respecto a los candidatos propuestos, y aceptando que sin duda la elección de esos magníficos profesionales pueda ser realmente acertada aplicada al ámbito empresarial o incluso como respuesta a la situación de crisis económica que vivimos, considero que el éxito en dicho entorno puede ser un claro indicador de la capacidad de una persona en relación a ese ámbito específico, pero me resisto a aceptar la idea de que ello sea considerado, de manera implícita, como la mejor garantía para conseguir una sociedad más próspera, más justa, o más humana. Entre otras cosas, porque ello no implica NECESARIAMENTE que también puedan atesorar esas otras virtudes -prudencia, templanza, valor y justicia-, o que ese éxito profesional o económico se haya logrado bajo la estricta observancia de los preceptos de la ética y los valores humanos. Un estado no es una empresa, ni el objetivo de una sociedad puede ser la maximización de beneficios, entre otras cosas porque aspectos como la justicia, las libertades, los derechos de las personas, la solidaridad o la eficacia de las políticas sociales, no pueden ser evaluados únicamente desde una perspectiva económica. Y mucho menos todavía, la parte espiritual o trascendente de la vida.

La capacidad de generar riqueza, de optimizar recursos, de crear puestos de trabajo, de producir ingresos para el estado o de dar beneficios económicos en un proyecto empresarial, es sin duda algo de gran importancia, digno del mayor respeto y una virtud deseable en cualquier persona o sociedad. Sin embargo, ello no debería de constituir un fin en sí mismo, ni tiene por qué ser a la fuerza sinónimo de otras tantas virtudes, capacidades o valores, como la honestidad, la honorabilidad, la bondad, la abnegación, la generosidad, la sensibilidad o la espiritualidad. De hecho éstas últimas virtudes también podrían concurrir, aumentando todavía más el mérito, las capacidades y la ejemplaridad de esas personas, acercándolas al concepto de excelencia... o por el contrario, ni siquiera estar presentes, como ocurre con demasiada frecuencia. Lamentablemente a nuestro alrededor tenemos numerosos ejemplos, que invitan a disociar algunos de esos conceptos y abundan los individuos que para alcanzar el éxito profesional, social o económico, no han necesitado contar con esos valores, o incluso los que, para lograrlo, no dudaron en desembarazarse del pesado lastre de la conciencia. 

Por descontado, ello no significa que ese pudiera ser el caso de los líderes mencionados en el artículo y, desde una perspectiva profesional, insisto en que se trata sin duda de una magnífica selección de candidatos, que seguramente podría liderar con éxito cualquier proyecto empresarial o económico. Incuestionablemente, todos ellos son brillantes en su área de trabajo o conocimiento -he tenido la oportunidad de compartir tertulia o foro con alguna de esas personas y seguramente también podría ser considerada un ejemplo en lo que se refiere a valores humanos-, pero ello no implica forzosamente que además pudieran liderar una sociedad en todas sus facetas, en donde lo economico siempre será un aspecto esencial y necesario, pero nunca debería constituir la principal o única referencia. El ejemplo es cercano y la constatación del error una realidad.

Deberíamos recordar que esta crisis no es sólo producto de una mala o nefasta gestión económica -que también-, sino que fundamentalmente tiene su origen en un retroceso de la ética y los valores, frente al egoísmo más profundo, el materialismo desmedido, un consumismo exacerbado y un economicismo antagónico con los valores humanos esenciales. Una crisis gestada en el seno de una sociedad plagada de tecnócratas, pero que paradógicamente poco a nada parecen conocer de lo que realmente importa, o de las consecuencias de mantener en el tiempo actitudes equivocadas y errores de bulto, no ya únicamente desde la perspectiva económica, sino simplemente desde el punto de vista humano. De hecho y salvo contadas y meritorias excepciones, resulta poco creíble que muchos de esos magníficos y brillantes economistas, expertos en finanzas, políticos e incluso periodistas, que hoy nos explican desde los medios de comunicación qué deberíamos de hacer para salir de la crisis, no hayan sido conscientes de lo que se avecinaba y no hubieran denunciado antes una situación tan manifiestamente incompatible con el más elemental sentido común. Lo siento, pero la lógica no soporta tamaña incongruencia y más bien invita a pensar que lo ocurrido también tiene que ver con una actitud sumisa, acomodada, inductora, propiciadora y hasta directamente participativa -especialmente en beneficios- de muchos de ellos, más que con la ignorancia, la inocencia o el desconocimiento sincero.

Por todo ello, creo que esa lista estaría bastante más completa si también se hubiera incorporado a ella a otras personas cuyo principal éxito, referencia o ejemplaridad proviniera del terreno de la cultura, el arte o la ciencia; de la ética, los valores humanos o la espiritualidad. Personas de gran valía y profunda sabiduría, cuyo reconocimiento podría -por qué no- estar precisamente derivado de un claro y manifiesto desapego o desinterés por el dinero, la economía o el ámbito empresarial y financiero. 

Si queremos un mundo mejor, no bastará con enderezar la economía y volver a pensar en generar riqueza: habrá que preguntarse también a qué precio ético la generamos y a costa de qué valores la producimos. No bastará con reducir las cifras de parados: habrá que preguntarse también si los empleos son dignos, si contribuyen a una adecuada calidad de vida y si el sacrificio y el esfuerzo que exigen a cambio, se corresponde con la retribución y el nivel de felicidad percibidos. No bastará con escapar de la recesión y volver a cifras de crecimiento positivas; habrá que preguntarse si el planeta y el resto de seres humanos que lo comparten podrán seguir soportando nuestra forma de vida y ese crecimiento sostenido en el tiempo. Deberemos preguntarnos, en definitiva, no sólo por la sostenibilidad económica del sistema, sino si humanamente también es sostenible.  Ese es realmente el terreno perdido que debe recuperar nuestra sociedad de cara a esa regeneración que tantos consideran necesaria, pero para la que, al menos aparentemente, seguimos empeñados en mantener el mismo modelo equivocado que nos ha conducido hasta la situación actual.

Si queremos saber cuál sería el Gobierno de los Mejores, primero deberíamos definir cuál es el modelo de sociedad al que aspiramos y sobre qué valores queremos construirla. Quizás entonces sabríamos contestar a dos preguntas previas esenciales: ¿los mejores para qué?... ¿los mejores para quién?

Por Alberto de Zunzunegui

2 comentarios:

Josevi Oliver dijo...


Dicen que mucho antes de que todos los caminos llevaran a Roma, todos llevaban a Atenas. Creo que desplazarse entonces sería bastante sencillo, solo habría que saber si transcurrida una etapa, te acercabas o te alejabas de la ciudad destino.
Hoy todo se ha complicado hasta el punto que existen tantos caminos, tantas ciudades, tantos itinerarios, que aunque parezca paradójico, muy pocas personas somos conscientes de donde estamos y mucho menos de dónde queremos ir, o incluso que es más conveniente hacer.
Hace 34 años cubrimos las apariencias escribiendo una constitución y creando un puñado de instituciones para engañar a los ciudadanos con palabras que sonaran bien como democracia, libertad, ética, derechos, solidaridad.
Después adoptamos un segundo nivel más universal con términos como globalización, mercados, y nos arroparon otro puñado de instituciones internacionales que decían que eran muy buenas porque nos homologaban y nos proporcionaban más control y mayores seguridades.
Un día de Octubre de 2.008 todos los castillos de naipes se hundieron y llegó la gran hecatombe, de la noche a la mañana se desbarataron todas las bondades que habían vendido como mágicas al mundo occidental.
Las grandes alarmas tocaron a 'salvese quien pueda' y solo se salvaron los que tenían poder para hacerlo, los demás, los débiles y no tan débiles fueron estafados, engañados y quedando sin amparo social, millones sin empleo, millones sin hogar y todos ellos andando los caminos, pero sin rumbo, imitando a zombis vivientes, acompañados por sus familias, por sus hijos, pero todos sin futuro, todos sin destino, todos con el sentido de orientación absolutamente perdido.
Que bien lo dices amigo ¿los mejores para qué? ¿los mejores para quién?
Gracias, un abrazo y conservate bueno.

Humanitum Iratus dijo...

Muchas gracias por interesante tu aportación, Josevi.

Como bien dices, es evidente que el resultado y el punto en el que nos encontramos no es el esperado, ni mucho menos el deseado por la imensa mayoría de la sociedad. Parte de las causas hay que encontrarlas en ese engaño que mencionas, pero también considero que no han sido poco los que se han dejado engañar por pereza, por irresponsabilidad y por preferir, en general, que otros lleven las riendas de nuestras vidas y que nos descarguen de responsabilidades.

Quizás hemos olvidado que el mero hecho de vivir implica un compromiso ineludible e intransferible, que va mucho más allá de ejercer nuestro derecho a voto. Cuando se patean los valores y la propia Vida y ante ello se mira para otro lado, también estamos incurriendo en una importante dejación como ciudadanos y sobre todo como seres humanos, olvidando además, que ello también tendrá, antes o después, consecuencias directas para nosotros.

Si queremos ser gobernados por los mejores, también deberemos pensar en ser mejores en el plano individual y personal: al fin y al cabo somos la última instancia con autoridad sobre nuestro destino y quienes nos gobiernan salen de entre nuestras filas.

Otro fuerte abrazo para ti,

Alberto de Zunzunegui