lunes, 18 de febrero de 2013

EL CANSANCIO MODERNO DE LA VIDA

"Abandonar puede tener justificación; abandonarse jamás".
Fotografía de Rafa Llano
Cuando D. Guillermo Trebín me honró pidiéndome que pronunciase una conferencia en los cada vez más afamados “Lunes de Ginzo”, acepté por supuesto, ilusionado como tantas otras veces, y elegí algo que tuviera interés general. Dado que tenía la oportunidad de dirigirme a ustedes, no iba a desaprovecharla dándoles un discurso sobre el Raciocinio, por ejemplo. Consideré que eso sería perder el tiempo, ya que explicarles una materia tan compleja, requeriría todo un curso y no una conferencia de 50 minutos.  Otra opción hubiera sido dar lo que se denomina una charla divulgativa, es decir, “algo” que intentara hacerle creer a ustedes, personas formadas y con experiencia, que  ya entienden de algo más que realmente no entienden, satisfaciendo así lo que considero uno de las más bajas pretensiones de la gente moderna, es decir, una curiosidad superficial acerca de los  nuevos conocimientos.

Rechacé, pues, ambas alternativas y decidí hablarles sobre un asunto que es esencial para todos, con la esperanza de que ello les ayude a aclarar sus ideas acerca del mismo, incluso en el caso de que estén en total desacuerdo con lo que yo vaya a decirles, por lo que, como se decía antiguamente, cuento con su comprensión y benevolencia.

Los estrés –que ya saben ustedes de que se trata - y las “estenias”, que son los cansancios corporales y mentales de cualquier tipo, constituyen los burladeros recurrentes de este tiempo, en los que siempre nos refugiamos. Pero lo cierto es que este mundo, empeñado en crear un ambiente confortable es, muy por el contrario, un mundo que cansa. Y téngase en cuenta que el cansancio moderno de la vida es mucho más que la adición de los cansancios físicos que nos cansan, como iremos viendo.

En un momento, demasiado largo ya, culturalmente triste y oscuro como el que vivimos para nuestra infelicidad; en pleno ocaso de ideologías, de falta de creencias trascendentales y de valores religiosos. En una etapa como ésta de auténtica incertidumbre, no se debe minimizar o subestimar el moderno cansancio de la vida que afecta a mucha gente, porque tal cansancio es el resultado consecuente y lógico de las  citadas carencias.

Cuando ese cansancio, no es temporal sino que dura una temporada relativamente larga,  de quince días por ejemplo, es preciso reponer fuerzas para sumergirse en otro ciclo con nuevos impulsos; para ello, tenemos que planificar días de reposo y sosiego, llenándolos de tranquilidad y equilibrio.

En estos tiempos que nos han tocado, hablamos demasiado y ostentosamente de “calidad de vida” en un sistema de bienestar; pero cada vez vivimos más angustiados y desengañados de casi todo. Y eso es debido a que muchas de las necesidades que nos creamos no son otra cosa que intensos pero sólo aparentes deseos. Las actuales prisas, son como corchetes o “esposas” que nos aprisionan, y el alma se arruga ante tanta precipitación sin sentido. ¿Por qué y para qué tanta prisa?, tendríamos que preguntarnos.  Yo reconozco que, hasta hace pocos años,  también corría sin saber bien hacia donde, de alucinación en alucinación, en una carrera errática y fatigosa.

Pero, si lo pensamos bien, admitiremos que desconocemos muchas cosas importantes de la vida, porque no nos detenemos lo suficiente en ellas. ¡Cansados de la vida! participamos en la maratón de una existencia verdaderamente agotadora. Y olvidamos con frecuencia que saber vivir, no es ni mucho menos, una cuestión fácilmente hacedera. Como dijo Juan Ramón Jiménez, cargado de la poesía que llevaba en sus entrañas: “Saber vivir es respirar a fondo  para descubrir, al fin, el perfume.”

La fatiga que produce el cansancio moderno de la vida, no se refiere a nada en concreto.   Su alusión es muy imprecisa, ya que describe a la vida como totalidad, como proyecto.  Sin embargo, les diré que el examen de ese estado de ánimo, demanda, para ser superado, tres cosas fundamentales, a mi modo de pensar:

1) Buscar su porqué (Etología).
2) Describir lo que el sujeto experimenta interiormente (Vivencía) y,
3): Diseñar un plan que permita salir de dicho estado de ánimo (Terapia).

Repito: etología, vivencia y terapia.

Hace unos treinta años, existía evidente desigualdad entre los recursos financieros disponibles y los proyectos a realizar. Éstos eran mucho más numerosos que aquéllos.  Ahora, por el contrario,  y pese a la crisis, tenemos al menos en el llamado “primer mundo”, y hasta en España, numerosos recursos, pero apenas disponemos de planes para aplicarlo. Pensemos en la escolaridad que en nuestro país es forzosa. De modo que, cuando los niños nacen, después de haber ido a una guardería, tiene que ir a una escuela, y luego, a otra;  así, hasta los 14 años, y todo ello, exigido e impuesto por ley, y eso, naturalmente, origina el cansancio moderno de la vida que tanto nos preocupa. Yo diría más, diría que es la raíz del cansancio de la vida más frecuente en nuestro tiempo.

La tan añorada libertad humana, consiste básicamente en hacer algo que tú deseas libremente; por ejemplo, lo que yo estoy haciendo ahora aquí es dictar una conferencia sobre “El moderno cansancio de la vida”, y puedo, darla o no darla, y hasta si no se me ocurran más que tonterías, que es bastante posible; yo renunciaría y sería una conferencia frustrada desde el principio. Pero mi proyecto inicial estaba  bien determinado: se trataba de concebirla, escribirla y exponerla, lo mejor que fuese posible dentro de mis cualidades y características.

En tal caso de abandono, amigos, sólo nos quedaría el automatismo, que es una forma de actuar sin decisión previa sino repetida. Por ejemplo, el hombre moderno que dispone de recursos económicos, tiene que ir los fines de semana a su casa de la sierra, cuidar el jardín, vigilar que no salgan goteras, realizar alguna pequeña reparación de urgencia, etc. Y a eso le llamamos, modernamente, disfrutar del tiempo libre, ¡qué sarcasmo!.

Pregúntense ustedes cuantas veces al día, aun estando ya jubilados, dicen “tengo que hacer” tal o cual cosa. Incluso las tareas que más nos apetecen, decimos que tenemos que hacerlas. Es el mecanismo perverso de la anticipación… Hay en cartel una obra de teatro que deseamos ver sin falta, pero hay que sacar las entradas 15 ó 20 días antes. Yo quiero ir a verla hoy, día 6, pero no quedan localidades hasta el 25, y yo no sé si tendré ganas de ir al teatro el día 25.  Esta es la forma que impone la vida moderna, aun disponiendo de recursos; ¡ y no estoy inventando nada!.

Ortega nos enseñó que el hombre es futurizo. Y el sufijo “izo” (en estas cuestiones lingüísticas me siento bastante cómodo) en español, quiere decir que está “orientado a”, “proyectado a”. Así decimos que el suelo está resbaladizo, cuando resbala, que alguien es “olvidadizo” cuando olvida fácilmente, “enamoradizo” cuando se enamora muchas veces.  O que es un lugar fronterizo el que está próximo a la frontera. Pues bien, el hombre es “futurizo”, porque está proyectado hacia el futuro.

Señoras y señores, estamos ahora aquí y en este momento ustedes acaso estén pensando que ¿cuándo terminará este “rollo”? y qué van a hacer luego, y mañana, y hasta que lleguen las vacaciones de Semana Santa que son las más inmediatas. Y el ensueño queda cohibido por otros proyectos que no son los suyos, pero que no han tenido más remedio que aceptar. Lo que quiero decir llanamente es que la causa más radical del cansancio moderno de la vida, es la mutilación de la actividad proyectiva de la que venimos hablando.

En cualquier caso, resulta imprescindible, penetrar en el tema de la vida para situarnos. Y ¿Qué es la vida?, Ortega nos dice en su famosa “Historia como sistema” que la vida es “la realidad radical” porque a ella han de referirse todas y cada una de las cosas que nos rodean.

En los últimos quince o veinte años, utilizamos un lenguaje cada vez más rimbombante y se habla mucho, ostentosa y pomposamente, de la filosofía de la vida humana. Y es que, en realidad, nuestra vida está constituida por una mezcla de muy diversos componentes con los que el ser humano tiene que jugársela a diario. Por eso, resulta más exacto, hablar de  mi vida como la obligación primordial que tiene el hombre. (Cuando digo “mi vida”, me refiero también, por supuesto, a la singular y particular vida de cada uno de ustedes).

Cuando alguien dice "Mi vida", coinciden especialistas y pensadores, se refiere a lo que lo que ustedes son, a lo que ustedes hacen, a la situación en que cada uno se encuentra y “su circunstancia” (“yo soy yo y mi circunstancia” que nos dictó Ortega y Gasset). Si la filosofía sirve para algo, que evidentemente “sí que sirve”, es para iluminar la vida de cada uno, para emplazarla lo mejor posible. Porque toda filosofía, amigos, es meditación de la vida.

Resumiré esta cuestión que se me antoja fundamental: Mi vida, la de cada uno de ustedes,  y la de todos los seres humanos, tiene dos aspectos fundamentales, que yo llamo “las dos pes”: Personalidad y Proyecto. Y la plataforma sobre el que ambos conceptos se apoyan, resulta ser la auténtica realidad de cada uno. La que el maestro Ortega llama “la realidad radical”.

Una frase de la calle –nunca olvidemos que el lenguaje lo crea el pueblo llano- lo refleja cabalmente. La frase es: “yo hago mi vida”. Y así es, en efecto, porque a través de "su vida" es como  cada uno va diseñando su personalidad y su proyecto concretos.

¿Están ustedes cansados de estar cansados?. ¿Atraviesan un periodo de misterioso cansancio?. ¿Están ustedes hartos de quejarse de lo cansados que están?. Me parece, señores, que se encuentran en plena crisis de cansancio vital. Pero no se preocupen que no se trata de ninguna enfermedad letal, aunque, eso sí, es sumamente contagiosa. Las causas de tal fenómeno se encuentran, sobre todo, en la excesiva exigencia a que sometemos a nuestra mente y nuestro cuerpo, durante  el moderno vivir cotidiano.

La sociedad cambia a una velocidad vertiginosa, los adelantos tecnológicos nos abruman, y la cantidad de información que recibimos diariamente es gigantesca. Y a todo eso hemos de añadir nuestro particular ritmo de vida, las compras, el control de las facturas, la familia y sus múltiples demandas, los amigos, el ocio, la formación, y las señoras, además, las inacabables tareas domésticas.

Por cierto, una de las cosas que nos produce mayor cansancio es la disputa con los reveses y las frustraciones que la vida comporta. Claro que para intentar algo medianamente grande hay que dejarse la piel, como suele decirse. Mas sentirse angustiado, sólo debiera ocurrir en casos de catástrofes, o sucesos realmente graves, no de dificultades o males sin  importancia por más que nos empeñemos en dramatizarlos…

En cualquier caso, deberíamos valorar con equidad, justicia e imparcialidad, tanto los hechos negativos como los positivos, para concluir con un balance ecuánime que no fuese ni triunfalista, ni derrotista.

Pero creo que me estoy desviando de mi intentona que no es otra que estudiar las vivencias del individuo moderno cansado de la vida. Porque hay que admitir que esa sensación de aburrimiento y hastío, está cada vez más extendida y ha calado hondo en todos nosotros, jóvenes y viejos, incluso quizás más en el mocerío, porque se observa hoy, en la juventud, un complejo cóctel de desgana, apatía y dejadez. Da la impresión, muy posiblemente acertada, de que el hombre y la mujer actuales hacen todo con tan “excesivo esfuerzo” que, al cansarse tanto, terminan haciéndose vagosLa personalidad humana se ha teñido modernamente de un regusto apático donde se ponen en fila el desaliento, la pereza, el pesimismo, el desánimo, la melancolía, y qué se yo cuántas cosas más, que  hacen, dicho en pocas palabras, que nos sintamos impotentes ante la vida.

Pero lo que mejor radiografía el cansancio actual de la vida, es la falta de ilusión y el desencanto. El humano, admitámoslo, se ha vuelto enfermizo, y algo brumoso, como envuelto en la tonalidad gris de una tarde tormentosa. Y todo ello, revestido de una desesperación que culmina en una fase en la que la personalidad corre gran peligro, porque el tema que sobrevuela en el fondo de tal vivencia es, ni más ni menos, que la amenaza del propósito personal, de nuestro proyecto personal.

Se ha generado la  verdadera y gran crisis, de la que tanto se habla y que todos padecemos en una u otra medida, por la pérdida de ilusiones en los objetivos propios y, también, no hay que negarlo, por errores de estrategia que nos vienen desde arriba por una mala gestión de los gobiernos. De esa forma, nuestro proyecto se ha desdibujado, y al perder sus líneas básicas, se ha tornado equívoco y borroso. Por eso, me parece, asumimos más de cinco millones de parados –cada uno con su particular tragedia- y más del 45% de desempleo entre los jóvenes. Y claro, no concebimos, ni entendemos lo que nos pasa, porque estamos ciertamente abrumados. Y ese hombre, o esa mujer, ustedes, yo, o cualquier otro, empieza literalmente  a hundirse.

Creo que, hasta donde yo he sabido explicarlo, va quedando claro lo qué es el cansancio reciente de la vida. Pero debo insistir en que ese “cansancio” incide en el quehacer diario del individuo y de la sociedad; en el equilibrio personal y social; reincide en la economía, en la productividad; y en la vida toda, porque todo lo hemos simplificado metiéndolo en el “capacho de la crisis”.

El ser humano, hay que asumirlo, se  ha convertido en el cliente universal de la sociedad de consumo, además, es un usuario manipulado por una técnica que le desborda, todo ello, dentro de en un mundo desencantado. El peso de su propia aparente libertad, se le hace insoportable y termina no sólo cansado, sino también aturdido. El habitante de la gran ciudad, parece solitario entre la multitud, harto de prisas, máquinas, ruidos, ordenanzas y contaminación, y termina atosigado por el cambio de todas las cosas a un ritmo vertiginoso. Esa persona, ustedes, yo, o cualquier otra, a quienes nos sobran, al menos relativamente, los medios, no sabemos cuales son nuestros fines. Dicho de otro modo, el hombre moderno dispone de caña y señuelo, pero no sabe para qué sirven.

La situación es gravísima, señores, y lo es porque la técnica, y la celeridad de los cambios, por primera vez en la historia, pueden hacer del ser humano una masa anónima y despersonalizada. Pueden, incluso –y no trato de dramatizar- destruir a la humanidad.

En su “Discurso preliminar de Zaratrusta”, Nietzche escribió unas palabras que viene bien recordar en este momento: Os muestro - dijo- al último hombre. La tierra se ha vuelto pequeña, y sobre ella se mueven a saltitos los últimos hombres. Hemos inventado la felicidad –dicen los insensatos -. La enfermedad y la desconfianza se les antoja pecado grave que hay que evitar a toda costa..."

Por cierto, el loco del Zaratustra de Nietzsche, iba de aquí para allá con un farol en la mano preguntando si alguien sabía que habíamos matado a Dios, mientras la gente se preguntaba de qué hablaba, pudiera haber pasado hace 2000 años, que alguien, otro loco, hubiera ido por ahí pregonando que Dios ha resucitado, y la gente le miraría con la misma cara, para quizá unos siglos después llegar a la conclusión de que ha llegado el tiempo de abandonar este "cansancio", este "pesimismo", esta "soledad", para empezar a vivir de nuevo con otro talante y  otros valores.

He trascrito esa cita del genial Nietzche, porque me parece reveladora de lo que le está pasando a nuestra sociedad. La filosofía de la Sociedad de Consumo, todavía injustamente llamada del bienestar, es la de esos “últimos hombres”. Se trata de vivir sin problemas, con salud y felicidad; vegetar todo lo posible y, sobre todo, buscar el placer a cambio del mínimo esfuerzo. El símbolo del ordenador, en el que basta apretar un botoncito para disfrutar de paraísos virtuales, es el mejor exponente de  este despreocupado e incoherente tiempo.

Esta Sociedad conduce, como Nietzche dijo sabiamente, a una generación de “últimos hombres”. Y eso sólo podría evitarse de verdad, rompiendo esa estructura, o, lo que es lo mismo, negando la vida del día a día.

Tan claro está lo del cansancio físico por la apresurada vida que llevamos, que yo lo llamaría más que el “cansancio de la vida” la vida del cansancio... Basta mirar por la calle para ver cientos de personas fatigadas, pero no físicamente, sino cansadas de la vida. Y lo peor es que también sufrimos un agotamiento existencial, que se muestra por el abandono de proyectos creadores, ante la inexcusable búsqueda del consumo por el consumo y de tiempo libre. Y aquí ya empezamos a encontrar numerosas contradicciones. Verán ustedes: Ni el salvaje, ni el santo, ni el rebelde sin causa, se cansan de la vida. Y es que para que ocurra eso, el hombre necesita una cierta preparación cultural que permita reflexionar sobre el sistema de valores. Por eso, tal “cansancio” ataca más a la juventud universitaria que, en esta época de dilatada crisis económica, se encuentra desesperanzada por no conseguir trabajo para el que se han preparado ilusionadamente durante años.

Por otra parte, vivimos en núcleos urbanos diseñados por una técnica a la que idolatramos como si fuera una diosa. Lo malo es que la Sociedad debe someterse  a la dirección de esa nueva casta especializada en saberes técnicos que son los tecnócratas. Pero ellos, al igual que el salvaje, el santo o el rebelde sin causa, tampoco nos resuelven excesivo. Se han alcanzado espectaculares éxitos, desde los cohetes interplanetarios a los superordenadores; pero para los problemas emocionales, la técnica cuenta más bien poco. La técnica no nos explica como reducir la violencia generalizada, ni interviene en los simples, pero cada vez más frecuentes, procesos de separación matrimonial y otros desajustes familiares. Y, por desgracia, el individuo normal no puede reparar sus muchos problemas domésticos con el éxito técnico de la llegada a la Luna. Al menos, de momento...

Todo esto, señoras y señores, si ustedes lo piensan bien, se  fundamenta  en lo que Ortega llamó el “hombre masa”. (La edición 1ª de “La Rebelión de las Masas” data de 1937, aunque fue escrita en 1928.) Vivíamos por aquellos años, en un mundo en el que la Sociedad incrustaba al individuo en el conformismo de la masa anónima. Y, lo peor del caso, es que, para nuestro infortunio,  seguimos habitando en ese mismo mundo.

En las primeras décadas del pasado siglo XX, la multitud se concentró, en efecto, en las ciudades, y empezó a ser considerada “masa”. Ortega y Gasset diría que: “El hombre masa es el que no quiere distinguirse y se siente muy a gusto sabiéndose igual que los demás”.   Sería, pienso yo con la timidez propia del que no sabe lo bastante, un tipo de individuo dirigido por otros, frente al dirigido por sí mismo propio de la época liberal, o al dirigido por la tradición, propio  de la época del medievo.

Pero la verdad es que en las clases más liberales y cultivadas, las cosas se producen de modo muy diferente. Dedicaré a comentarlo apenas un minuto: hemos de defendernos de las interferencias que alteran nuestra singular vida, sobre todo de Internet –del que hablaré en otra oportunidad, ahora ni tenemos tiempo, ni resultaría coherente-  y de la Televisión; en ésta evitaremos caer en un ciclo de programas alimentados por falsos “affaires” que, en realidad, no nos interesan en absoluto. Pero, reconozco que es muy difícil, conseguir “aislarse” del mundanal ruido.

Hoy nos encontramos con una sociedad post industrial que ha acelerado muy mucho el cambio social. Una sociedad en la que se engrandece demasiado el grado de “urbanismo” y donde se hace obligatoria una adaptación a sus múltiples transformaciones. Sabemos que el elemento clave para conseguir tal armonía es la educación. Pero existe otro, que ya no les parecerá tan indiscutible. Me refiero a la publicidad. Alienante, desde luego, pero necesaria. Ustedes podrán pensar, con acierto, que la publicidad, genera situaciones de conformismo. Y tendrán razón, pero también provocan otras de clara desobediencia.

En efecto, algunas personas pueden ser inducidas al lloriqueo por un serial  televisivo; pero también es posible que otras se vean incitadas a una noble reflexión social. Alguien puede ser llevado a un excesivo consumo alcohólico por la publicidad; pero también puede serlo a un mejor  comportamiento  cívico, por otra publicidad distinta. Nos encontramos, como tantas veces, ante las dos caras de una misma moneda. Pero la realidad actual nos muestra que seguimos sometidos a una manipulación que conlleva, aunque parezca contradictorio, que nuestra propia vida, nos la vivan otros...

Después de la descomunal exigencia a que sometemos nuestro organismo, necesitamos restaurar nuevos impulsos. Pero de forma muy diferente a como lo hacemos con el cansancio al que estamos ya habituados, que es el provocado por un esfuerzo principalmente físico, (por ejemplo,  por la práctica deportiva), y nuestro nuevo cansancio no sigue, en absoluto, el mismo patrón para ser eliminado. Por eso, nos desconcierta y nos frustra estar cansados y no entender el porqué. Y claro, si nos frustra no entenderlo, es porque hemos tratado de comprenderlo previamente.

Nos preguntamos una y mil veces: ¿por qué estoy tan cansado?, y no acertamos  con una respuesta que tranquilice a nuestra mente que todo lo quiere comprender para estar tranquila. Y así, corremos el riesgo de quedarnos anclados en una fase de intentar comprender, cuando lo cierto es que entender nuestra situación tampoco sería la solución.

Al mismo tiempo, la mecanización y la globalización, han conquistado tanto poder para organizar el “tiempo libre” de las personas, que es incesante la fabricación de productos cuya finalidad es sólo distraer; hasta el extremo de que el supuesto placer termina en aburrimiento, pues para que siga siendo placer, los ejecutores tienen buen cuidado en que su uso no suponga ningún esfuerzo... Se trata de que el usuario trabaje sin el mínimo esfuerzo intelectual.

Si yo les preguntase, así de repente, ¿Qué hay que hacer para dejar de estar cansados?.   Seguro que responderían, casi unánimemente, que descansar. Y eso es lo solemos hacer: descansar, pero aplicamos la lógica del cansancio del deporte a un problema bien diferente. Y el resultado es que, cuanto más tiempo pasamos en el sofá sin hacer nada, más cansados parecemos sentimos. Porque el cansancio de la vida, requiere, es cierto, una dosis de descanso físico; pero lo que está reclamando a gritos, es un cambio de ritmo de vida y, sobre todo, un endiosado replanteamiento de hacia dónde va nuestra vida. Yo creo que existen otras soluciones, y están en los libros especializados. Pero ni yo tengo suficiente talento para comprenderlas, ni creo que sean accesibles para un público no técnico en tan complicada materia.

Por eso, como remedio alternativo al desaliento que  nos acosa,  a mi se me ocurre un remedio bien sencillo, aunque pueda parecer pueril: la relectura. La relectura nos hace volver a vivir con un sesgo diferente, porque Releer significa amar de nuevo. Y nunca es el mismo libro, por la sencilla razón de que tampoco nosotros somos ya iguales a nosotros mlsmos. Porque descubrimos nuevas emociones en la intimidad del texto, y porque llega un momento, en que no damos tanta importancia al argumento, y nos fijamos más en los pequeños detalles.

Esos detalles que nos permiten seguir el rastro de la emoción y la  esencia  de la belleza.  Los libros útiles deben volver a ser releídos, ya que presentan nuevas etapas, no sólo a cada lector, sino a cada siglo, incluso a la distinta edad de cada individuo.

Ya sé que, con los años releemos más, no sólo porque hemos aprendido a apreciar lo que mayor valor atesora. Releemos más porque hay que aprovechar cada minuto, y no dilapidar el gozo que nos ofrece la luz de cada mañana, o el agradable olor a tierra mojada que produjo el rocío. Pero hay que volver a releer El Quijote, desde luego, La montaña mágica de Thomas Mann. Anna Karenina de Tolstoi, o, como homenaje a nuestro glorioso Miguel Delibes, cualquiera de los libros de su abundante obra, dado que todos contienen acotaciones de nuestra propia vida.

La tensión que vivimos es histórica. Quizás ni siquiera las guerras de antaño producían tanto miedo como el que actualmente padece la mayoría de los ciudadanos españoles. No sólo sienten turbación los que no tienen empleo: quienes lo conservan y pueden afortunadamente seguir adelante –cada vez más asfixiados por las subidas de precios y los recortes– están aterrados por el ambiente de angustia que nos rodea. No gastan, no protestan, no se mueven. Inmersos como están (estamos) en una economía casi de guerra,  donde la consigna es no consumir ni gastar nada inútilmente, aunque ello suponga consumirnos a nosotros mismos. Las noticias nos perturban tanto, que el mundo “se acaba” cada día.

A modo de resumen, de estas 4400 palabras, diré que la mayoría de las causas del cansancio de la vida no son específicas, se presentan muchos orígenes a lo largo del tiempo, y nuestra fantasía no está preparada para su completo estudio. Además, comprender dichas causas tampoco nos solucionaría demasiado. Lo que nos pide la vida en esta situación, es un replanteamiento profundo de  lo que estamos haciendo con nuestra vida, y cubrir las lagunas que tengamos en áreas importantes para sentirnos más comprometidos con nuestro vivir diario, y marcar límites a las exigencias de esta vida moderna que cada vez se muestra más materialista y menos humana.

Antes de terminar, voy a contarles una anécdota, absolutamente verídica, del filósofo y poeta francés, Paul Valery, que era muy despreocupado” y no le prestaba atención a su imagen). Cierto día, se le acercó una joven periodista que le dijo:

- Su aspecto, Sr. Valery, no hace pensar que usted sea un elegido por las musas.
– “Tiene usted razón, señorita” - replicó   Valery en voz baja y con tono misterioso,
– “Es que yo soy de la poesía secreta”.

Y así, algo precipitado como la modernidad exige, y por ser también “de la secreta”, doy por terminada esta conferencia que espero les haya  interesado. Al fin y al cabo, ese era mi objetivo. En pocos minutos, comenzará el debate en el que ustedes pasan a ser los protagonistas, y en el que confío que sean indulgentes con este pobre charlista.

Por Juan Antonio Cansinos
Conferencia impartida el 6 de febrero de 2012

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífica y didáctica exposición, que se lee con agrado e interés pues el tema que toca, es algo tan actual que cualquiera de nosotros podemos ser protagonistas de ese "cansancio moderno de la vida" del que con tanto acierto nos habla el Sr Cansinos.No debemos tomarnos sus advertencias a la ligera pues como el muy bien dice se trata de asunto grave que puede llevarnos al extremo de llegar a ser una humanidad atrofiada.

Guillermo Tribín Piedrahita dijo...

Es una magnífica creación literaria referida a una de las preocupaciones del mundo moderno y tratada con acierto, precisión y excelente manejo del idioma. Juan Antonio Cansinos sigue siendo un maestro de la didáctica y "El Cansancio moderno de la vida" es un excelente ejemplo. Guillermo Tribín Piedrahita