domingo, 23 de junio de 2013

VASCO DE QUIROGA

"La madre que no quisiera criar sus hijos, los llevase a aquel hospital donde se criaban con gran cuidado y regalo, dándoles leche, de comer y de vestir todo el tiempo que era necesario". Vasco de Quiroga (1470 - 1565)

DON VASCO DE QUIROGA, SU VIDA Y SUS FUNDACIONES

Después de la caída de Tenochtitlan la corona española, en cuyo nombre se hizo la conquista, ensayó diversas formas de gobierno en el vasto dominio al que habían puesto por nombre la Nueva España. Primero enviaron un gobernador, Cristóbal de Tapia, que fue nulificado por la fuerza incontrastable del conquistador Hernán Cortés. Luego, nombraron al mismo Cortés como gobernador y Capitán General, pero con un aparato burocrático impuesto desde España: los oficiales reales o sea un tesorero, Alonso de Estrada; un contador, Rodrigo de Albornoz; un factor, Alonso de Aguilar; y un veedor, Pedro Almíndez Cherinos [1]. El rey y sus consejeros, decidieron poner fin a los desmanes de Cortés y para ello enviaron un juez de residencia, Luís Ponce de León, quien murió misteriosamente a los diecisiete días de haber llegado a México; quedó en su lugar el inquisidor Marcos de Aguilar, quien murió también, sin haber cumplido su misión; el poder quedó en manos de Estrada. Ante estos sucesos alarmantes, se acordó crear la Audiencia y Cancillería Real, con jurisdicción en Nueva España, Cabo de Honduras, Guatemala, Yucatán, Cozumel, Pánuco, La Florida y Río de las Palmas; y se pensó en el poder de las armas, entregándose la presidencia de la Audiencia en manos de Beltrán Nuño de Guzmán, congénere -aunque enemigo- de Cortés. Se designaron cuatro oidores: los licenciados Martín Ortiz de Matienzo, Alonso de Parada, Diego Delgadillo y Francisco Maldonado. Con los miembros de la Audiencia arribó fray Juan de Zumárraga, electo primer obispo de México y Protector de los indios. A los pocos días de su llegada, murieron Parada y Maldonado. Gobernaron sólo Nuño de Guzmán, Matienzo y Delgadillo, a quienes Pereyra llama "el triunvirato de la inquietud y el desgobierno".

De hecho, cualquier forma de gobierno que no estuviera centrada en el Capitán General, fracasaba. Frente a su poder se estrellaron los juristas, los burócratas y aun los militares. En la corte conocían los desmanes de Cortés, y su ambición sin límites, que hasta ponía en peligro de independencia a esta colonia; pero nada podía hacer para remediarlo, pues a los enviados los desconocía o los mataba o los corrompía. La Audiencia, desarticulada y sin fuerza efectiva, no había sido útil para frenar a Cortés. Nuño de Guzmán se había dedicado al gobierno de Pánuco y a su actividad habitual de tráfico de esclavos, y emprendía correrías de pillaje y desolación, como las de Michoacán, Jalisco, Tepic y Sinaloa; en tanto Delgadillo y Matienzo se enriquecían en el tráfico de tierras que quitaban a los amigos de Cortés para darlas al mejor postor o a sus amigos y parientes; además, los oidores entraron en fricción con la Iglesia y fueron excomulgados por el obispo. Cuando Cortés lo consideró oportuno marchó a España cargado de regalos para el emperador, recurso que empleaba con frecuencia para contrarrestar las maniobras de sus enemigos en la corte.

El monarca español y sus consejeros consideraron que había llegado el momento de organizar en la Nueva España un gobierno estable, y acordaron crear el virreinato, y recurrir a dos fuerzas sociales hasta entonces no probadas, el clero y la nobleza. Se habló con el conde de Oropeza para el cargo de virrey, pero no lo aceptó. D. Antonio de Mendoza, conde de Tendilla, estuvo de acuerdo, pero pidió un plazo antes de marchar; y como la situación no admitía demora, se formó una segunda Audiencia.

Se puso empeño en buscar las mejores gentes y, con todo acierto, se designó a fray Sebastián Ramírez de Fuenleal como presidente de la Audiencia. El presidía la de Santo Domingo, de donde era también obispo; tenía experiencia en el manejo de problemas entre encomenderos y nativos, que en la isla fueron sumamente agudos. Se designaron como oidores cuatro licenciados: Francisco Ceynos, que era fiscal del Consejo de Indias; Atonso Maldonado, Juan de Salmerón y Vasco de Quiroga. Este último había sido juez de residencia en Orán, y representante del rey de España en la negociación de un tratado de paz con Abdula, rey moro de Tremecén. Tenía experiencia en cuestiones de integración social como el de la referida comisión de Orán donde tuvo amplia relación con grupos étnicos y religiosos como los moros derrotados por las armas y sometidos al dominio español, después de la rendición de Granada (1492). En el desempeño de aquella comisión había sido implacable con los malos funcionarios de la corona, (el corregidor de Orán, Atonso Páez Rivera y su lugarteniente Liminiana); además, se le había encargado que concertara un tratado de paz con el rey de Tremecén, comisión en la que mostró sus cualidades diplomáticas y pacifistas. Las condiciones en que el licenciado Quiroga desempeñó esos cargos fueron difíciles, guardaban cierta semejanza con la situación existente en la Nueva España, como se ha hecho notar. En ambos casos se trataba de culturas, razas y religiones diferentes; dos pueblos conquistados por la guerra, a los que se pretendía asimilar en todos los aspectos, para despersonalizarlos, haciéndolos españoles. Pero aquí, como en España, los métodos variaban; había quienes buscaban el camino pacífico, y quienes deseaban usar la fuerza y el acoso. El ejemplo del primer obispo de Granada, fray Hernando de Talavera, penetró en la conciencia de los hombres inclinados al bien y tuvo su aplicación en la obra de Vasco de Quiroga. El señor Ramírez de Fuenleal libraba idéntica batalla ante los problemas concretos de América.

En Santo Domingo desde los primeros momentos de la conquista se vio la voracidad y la ambición de los nuevos amos, el abuso de la fuerza en perjuicio de los indios. Se llegó a tales extremos de crueldad que los primeros frailes dominicos levantaron su voz en defensa de los nativos. Fray Antón de Montesinos con el apoyo de fray Pedro de Córdoba, increpó a los encomenderos en presencia del virrey de las Indias, Diego Colón: "con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus casas y tierras, mansas y pacíficas?" Detrás de estas palabras del egregio dominico se encontraban las ideas de los teólogos y juristas españoles, en quienes anidaban los ideales del Renacimiento [2].

Los miembros de la Audiencia recibieron instrucciones precisas: 1. Residenciar a los tres integrantes de la Audiencia anterior. 2. Declarar la libertad de los indios que estuvieren sujetos a esclavitud. 3. No conceder nuevas encomiendas y nulificar las concedidas por la administración anterior. 4. Reunirse con el obispo y los superiores de las Ordenes religiosas para proponer las medidas que se consideraran adecuadas en la solución de los problemas sociales de la colonia, y enviar cada quien su parecer o proposición directamente al rey. 5. Dar posesión al Marqués del Valle de los veintidós pueblos y veintitrés mil vasallos que se le tenían asignados. (El marqués viajó con los oidores y arribó junto con ellos, lo cual se interpretó como un triunfo político de Cortés). 6. Realizar un acto solemne en que se jurara lealtad a la corona de España [3].

Se había previsto que los oidores y su presidente llegaran juntos a la ciudad de México, pero no fué así. Ceynos y Salmerón llegaron en primer término; Quiroga y Maldonado se detuvieron en Santo Domingo y conferenciaron con el obispo, por lo que llegaron más tarde; y el señor Fuenleal, por necesidades de su doble cargo, tardó nueve meses en presentarse. En su ausencia, los oidores comenzaron su tarea, nada sencilla. En una carta colectiva que enviaron a la emperatriz expusieron los graves problemas que afrontaban, y dramáticamente preguntaron: "¿qué haremos?" Encontraron el país dividido, "unos por la Audiencia pasada, otros por el Marqués"; como ellos se alojaron en las casas de Cortés, los enemigos de éste murmuraban. "Es muy maliciosa la gente y se alarga a más de lo que debiera... Todo lo interpretan en siniestro sentido". Sobre todo la anulación de los repartimientos y el quitar los indios a más de cien encomenderos, creó un ambiente explosivo. "La gobernación de esta tierra es muy difícil; la gente amiga de diferencias; puede haber alzamientos". "Es imponderable la murmuración y desasosiego". Nuño de Guzmán andaba en la guerra, y en cuanto supo la llegada de los oidores se fue más lejos, pero estos confiscaron sus bienes y convocaron al remate. Delgadillo estaba en la cárcel y a Matienzo se le había prohibido abandonar la ciudad. Por mediación de los oidores se había logrado que les fuera levantada la excomunión. Había frailes, amigos y beneficiados de la anterior Audiencia. dispuestos a crear conflictos, como los dominicos. "El demonio nos ha traído un lance semejante al de Matienzo y Delgadillo". Sucede que un esclavo de Delgadillo, perseguido por el alguacil mayor, se refugió en el convento de Santo Domingo, y fue sacado por la fuerza pública. Esto bastó para que los frailes exigieran la devolución, y dijeran que si los oidores lo protegían como era su deber, les fulminarían la excomunión. Abiertamente predicaron contra la Audiencia, y no se re cataron ante los licenciados Quiroga y Ceynos que buscaban alguna solución. Sólo la ecuanimidad de los oidores salvó aquel grave escollo; el esclavo fue devuelto y los frailes reprendidos severamente. Los oidores explicaron a la emperatriz "Dicho monasterio tiene encomendado un pueblo cerca de esta ciudad por los gobernadores pasados", y pidieron que el presidente fuera cuanto antes y les guiara en tan difíciles circunstancias.

Les preocupaban los indios. Libres de toda tutela, se dedicaban a la vagancia y los vicios, además de que ya habían perdido el miedo a los españoles, "haciéndose más atrevidos y guerreros". Los oidores proponían, para mejorar su situación: 1. Que los caciques den jóvenes hábiles como aprendices de los oficiales españoles, en diversos oficios. (Era difícil encontrar quién los recibiera, porque los oficiales temían a la competencia). 2. Que a los buenos agricultores se les dieran de quince a treinta indios a quienes enseñaran las técnicas agrícolas más avanzadas, "porque si los naturales tuviesen policía, e industria cerca de esto, cuánta granjería! cuánto comercio!" Se ve el espíritu innovador de aquellos funcionarios, así como la resistencia de los pobladores. A los españoles desagradan todos estos pensamientos. "Están azorados porque no les damos indios... Nosotros seguiremos constantes..."

Los oidores empleaban en sus tareas unas doce horas diarias, incluso en los domingos y días de fiesta, y escribían constantemente, ya a la soberana, ya al Consejo de Indias. En una comunicación al presidente del Consejo le propusieron la formación de nuevas poblaciones de indios, apartadas de las ya existentes, en terrenos baldíos, donde se agrupen "los indios que desde muchachos se crían y doctrinan con gran diligencia e trabajo de los frayles".

Los oidores propusieron "estos pueblos nuevos, donde trabajando e rompiendo la tierra, de su trabajo se mantengan y estén ordenados en toda buena orden de policía y con santas y buenas y católicas ordenanzas; donde aya e se faga una casa de frayles, que no alcen la mano de ellos, hasta que por tiempo hagan hábito en la virtud y se convierta en naturaleza y será tanto el número, que en poco tiempo se podrían juntar en estas nuevas repúblicas que no se podría fácilmente creer" [4].

Estas ideas fueron sugeridas por el licenciado Quiroga, con toda seguridad, pues ninguno de sus compañeros insistió en ellas, y don Vasco no solamente lo propuso sino que lo llevó a la práctica. Sin embargo, Quiroga en estos primeros planteamientos, apenas atisba la realidad; le faltará conocer más a los indios, adentrarse en las formas de su organización primitiva para madurar su proyecto. Sus teorías, en contacto con la vida y con las aportaciones de la experiencia, fueron modificándose. Por ejemplo, bajo la influencia de las ideas del castigo entre los romanos, Quiroga opinaba al principio que sería bueno "echar a las minas los que se ovieren de condenar por delitos graves de rebeliones, homicidios, sacrificios, y idolatrías y hurtos" y más tarde calificaría de gran injusticia que se enviara a los indios a "la buitrera de las minas". Así lo comunicaba al Consejo de Indias, a la vez que refrendaba la proposición de las nuevas "repúblicas de indios".

De los cuatro oidores, fue don Vasco de Quiroga el más impaciente. Se adentró muy pronto en los problemas sociales de la Nueva España; "encontró mucho que admirar en los indios. Le atraían sus naturales y sencillas virtudes -humildad, obediencia, pobreza, desprecio del mundo y falta de interés en el vestido-. Para él eran como los apóstoles que iban casi descalzos... eran como una tabula rasa y como una muy suave cera lista para recibir cualquier impresión..." [5].  Se enteró del tipo de organización comunal que existía antes de la llegada de los conquistadores; de sus adelantos en las ciencias y las artes, de la grandeza del pasado de aquellos pueblos indígenas, y escribió de todo ello al Consejo de Indias, y como en el mes de agosto no había llegado el presidente de la Audiencia, pidió que se le presionara para que pronto se incorporara al trabajo; insistió en que el alto funcionario "sea persona de letras y experiencia y mucha consciencia y sin codicia, que nos ayude a llevar tan grande e  importante carga como tenemos a cuestas", porque "enviar caballero por presidente no conviene mas que enviar un fuego, porque acá para cosas de guerra no es menester". En la misma carta, Quiroga propone al Consejo la formación de núcleos de población que reúnan a los indios que andan dispersos y propensos a volver a la idolatría: En los conventos, los frailes recogían niños pobres y huérfanos, -aquellos que el mismo Quiroga había visto que "andaban desnudos por los tianguis aguardando a comer lo que los puercos dejaban" -, pero al crecer se casaban y regresaban a sus chozas donde practicaban su antigua religión. Don Vasco de Quiroga, el activo oidor, no se limitó al cumplimiento de sus funciones administrativas. Se dirigió al Consejo de Indias, donde tenían amigos que compartían sus puntos de vista, e insistió en la idea de las repúblicas de indios; con nuevos argumentos reforzó su proyecto, y se mostró plenamente convencido de que sólo con medios pacíficos y organización adecuada se podía atraer a los nativos, y dejar satisfecha su conciencia y la de Su Majestad. Por esos años se manejaba ese término, y numerosas medidas se dictaron en el nombre de la conciencia real.

Don Vasco, en su carta al Consejo, (13 de agosto de 1531) ofrecía plantar “un género de cristianos a las derechas… como los de la primitiva iglesia”, y para ello insistió en su proyecto de repúblicas [6].

El arribo del obispo Fuenleal dio mayor formalidad a la audiencia. Los oidores pudieron desahogar sus tareas con mayor eficacia. Ellos desempeñaron comisiones fuera de la ciudad, como la que se le ofreció a Quiroga al viajar sesenta leguas para liberar aun grupo de dos mil indios de los yopelcangos (?), que se habían fortificado en una montañas, de donde fueron desalojados por un capitán de Cortés, y repartidos como esclavos, no obstante la prohibición; el militar fue encarcelado y se reprendió al marques [7].

En cumplimiento de las disposiciones reales, se reunieron los de la Audiencia con Zumárraga y los priores de las comunidades religiosas para examinar la situación social y proponer soluciones. Como no pudieron llegar a ningún acuerdo, quedaron en que cada  quien enviaría a la corte sus puntos de vista. Se conocen los pareceres del presidente y del oidor Ceynos nada más, pero ello basta para saber cómo estaba la situación. La cuestión central era la organización económica de la colonia. A la metrópoli le interesaba saber si era provechosa la medida de hacer a los indios vasallos de Su Majestad y, por tanto, pagadores de impuestos a las cajas reales; o si deberían ser encomendados o sea repartidos entre los colonos españoles para que, con su trabajo hicieran florecer las enormes extensiones de tierra concedidas a los encomenderos; y aun más, si esas encomiendas serían permanentes y hereditarias; y también si era lícito sujetar a los naturales a esclavitud, o ponerlos como vasallos de otros señores.

La discusión de estos asuntos se había iniciado desde la época de Ponce de León, a quien dio tal encargo el emperador; Aguilar, el sucesor, recogió los primeros pareceres en 1526. Los franciscanos fray Martín de Valencia y sus compañeros: MotoJinía, fray Martín de la Coruña, fray Luis de Fuensalida, fray Francisco de Soto y fray Francisco Jiménez, se mostraron partidarios de la encomienda a perpetuidad como medio de integración social, pues sólo así creían que podría establecerse una comunidad cristiana de tipo mestizo ("que el un pueblo y el otro se juntasen, cristiano y infiel, é contrajesen unos con otros matrimonio, como ya se comienza a hacer") [8].

El señor Fuenleal opinó en forma desfavorable a la concesión de señorío a cualquier particular; todos los indios deberían ser, según su parecer, vasallos del rey, quien podía dar a los conquistadores y pobladores los tributos y servicios personales de algunos pueblos y una extensión que no excediese de dos caballerías de tierra, para frenar el latifundismo; y que estas concesiones o mercedes se transmitieran en herencia por el mayorazgo. Su oposición a la jurisdicción en manos de particulares se basaba en su experiencia de Santo Domingo, donde vio que "las personas y vidas de los indios son de los españoles en tan poco tenidas, que diciendo verdad no se podrá creer por los que no lo han visto". Esta fue también la situación de la Nueva España [9].

El licenciado Ceynos propuso que una parte de los indios fuese encomendada, en tanto que otra quedase por vasalla directa de Su Majestad, con su corregimiento. Que se dieran las encomiendas limitadas, en primer término a los conquistadores, y que en todos los casos la herencia se siguiera por el mayorazgo, es decir que entre varios hijos heredara el mayor, para que la propiedad no se fraccionara; y que los encomendados no excedan de doscientos con el fin de evitar alzamientos y rebeliones, "porque es gente que se precia de alcanzar y conocer las cosas de la guerra, y se jactan y loan de hazañas que han hecho... se cree y sospecha que querrían más estar solos en sus tierras y costumbres, que no acompañados de frailes que les apartan y reprenden sus vicios, y de españoles que se aprovechan de sus haciendas y personas". La implantación de la fe cristiana debe ser el principal objetivo de aquella sujeción, donde se les pueda castigar si estorban o se rebelan [10].

Fray Domingo de Betanzos, el provincial de los dominicos, pedía que todos los indios fuesen encomendados para impedir que fuesen explotados por los corregidores y la burocracia voraz. En los pueblos, el corregidor, el alguacil y el escribano, al renovarse cada dos años "entran hambrientos chupan el zumo que hallan; y salidos aquellos entran otros hambrientos de nuevo, y desque no hallan zumo, chupan leche, salidos estos entran otros hambrientos y chupan la sangre; y así sucediendo siempre hambrientos a hambrientos, desainan a los pobres indios de tal manera, que les fuera menos mal ser repartidos entre tres españoles que los tuvieran por suyos, que no servir al rey y a tantos oficiales, que los pelan y tratan y se sirven de ellos como de esclavos" [11].

No se conoce el parecer del licenciado Quiroga en aquella ocasión, pero ni falta hace, pues en varios documentos, aunque contradictorios, dejó constancia de su pensamiento al respecto. Dotado de un claro sentido de la observación, pudo aquilatar los aspectos positivos del pueblo vencido: su laboriosidad, su destreza en las artes, su sencillez y frugalidad, su desdén por el oro y las joyas y su notable inteligencia. Encontraba, sobre todo, que eran materia moldeable, y que bastaba con inducirlos suavemente para conseguir que abandonaran las prácticas bárbaras y los vicios de su vida anterior. Les veía como a los cristianos de la época de los Apóstoles, y pensaba que con aquella cera blanda podría formarse un tipo de creyentes muy similar al de la primitiva Iglesia, y con ellos construir una sociedad semejante a la que describía Luciano como Edad de Oro, en donde todos vivían en armonía, sin ambiciones ni querellas; a esta sociedad se agregaría la práctica de la fe cristiana, tal como la concebía Tomás Moro, lector y traductor de Luciano.

El sanguinario Nuño Beltrán de Guzmán fue sometido a residencia o proceso. Su conducta como presidente de la Audiencia había sido nefasta; en su afán de perjudicar los intereses de los primeros conquistadores especialmente a Hernán Cortés, había cometido atropellos contra numerosos españoles, a quienes había quitado sus tierras para dárselas a otros de su preferencia; con los indios había sido cruel e inhumano; el cargo que más pesaba en su contra era el asesinato (no se puede calificar de otro modo) del cazonci, señor de Mihchuacan. Nuño de Guzmán aseguró que su desgracia se debía solamente a la malquerencia de los obispos de México y Tlaxcala, quienes habían recurrido al doctor Juan Bernal Díaz de Luco, y éste, valido de su influencia en la corte, había mandado a Quiroga para destruido. Agregó: "el dicho doctor Bernal es tan apasionado y aficionado en favor de los indios y de las cosas que a ellos tocaban que tiene enemistad con las personas que dicen que no los favorecen o que los hacen esclavos, aunque sea justamente" [12].

Concibió, pues, Quiroga la idea de formar aquella república donde los indios vivieran agrupados como en su tiempo de gentilidad, "en buena y católica policía y conversación con que se conviertan y se conserven y se hagan bastantes y suficientes con buena industria para sí e para todos vivan como católicos cristianos..." Como vimos, en un principio pensó que estas nuevas poblaciones podrían instalarse en los terrenos baldíos; pero al fin comprendió que eso no era posible porque los españoles no les dejarían, y en cuanto prosperaran en alguna parte se los quitaría. Era necesario agruparlos en comunidad y basar su derecho de propiedad en los usos conocidos tanto en España como en la América española.

De su salario de oidor empezó a comprar tierras a los españoles para entregarlas a los indios, desde luego a los jóvenes educados en los monasterios, y después a otros que quisieron formar parte del pueblo al que llamó Hospital de Santa Fe, en las goteras de la Ciudad de México. El 30 de agosto de 1532 compró a Pedro de Meneses dos partes de una estancia; luego una tercera parte de la estancia de Alonso Dávila. Dos años más tarde a Juan de Fuentes le compró una estancia cerca de Tacubaya, y al mismo Dávila otro pedazo en la misma zona. Luego, Juan de Burgos le vendió "una heredad de huertas y tierras de pan y árboles de Castilla y palomar... para ensanchar y engrandecer al pueblo y hospital de Santa Fe para albergue y reparo de indios pobres". En 1535. Quiroga adquirió dos estancias más, que compró a Alonso de Paredes; y el año siguiente Diego Muñoz y su mujer, Pascuala Jiménez, vendieron al oidor una estancia, en menos de su valor, "a causa de la mala vecindad que resultaba del cercano establecimiento de Santa Fe". Se comprende la preocupación de los estancieros por el ejemplo que aquel hospital-pueblo daba a sus vecinos [13].

Pero no sólo a los españoles compraba tierras; también a los indios. A los de Capulhuac les entregó cuarenta mantas por una isla llamada Tultepec o Atengo, que también formó parte de Santa Fe.

Sobre su proyecto y sus adquisiciones, Quiroga informó al rey a la vez que le pidió ayuda, con éxito, pues el 13 de noviembre de 1535 el monarca otorgó una cédula en que ordenaba se le dieran tierras para Santa Fe. Tal vez la intención de llamar Hospitales a sus repúblicas de indios haya sido la de conseguir el respaldo de las autoridades, sobre todo del monarca español, ya que no era lo mismo que pidiera para un hospital que para una comunidad, pueblo, congregación o república.

En el centro del pueblo de Santa Fe construyó un templo y casas para albergue de viajeros y enfermos. Los indios trabajaron en estas construcciones; pero, como no bastaban los habitantes del pueblo, se contrató a otros trabajadores, a quienes se pagó con mantas "de Cuernavaca que son muy buenas". El gasto de Santa Fe, comprendidas las tierras, edificios y obras de arte con que dio mérito a la ermita, fue de 6,000 a 7,000 pesos, erogados durante cuatro años, cantidad muy elevada si se toma en cuenta que su sueldo de oidor era de 1,700 pesos al año. El nombre de "hospital" se ha prestado, desde entonces a confusión, pues se le tomaba como lugar para el cuidado de enfermos; pero las instituciones quiroguianas tenían una función más amplia. "Olvidamos -dice Warren- la cercana relación entre los conceptos hospital y hospitalidad; pero hay un significado más antiguo para la palabra hospital... se define como institución caritativa para el refugio, mantenimiento o educación de los necesitados, ancianos, enfermos o pupilos. Tal definición describe mejor algunas, tal vez la mayor parte, de las fundaciones de hospitales de la edad media y de los comienzos de la época moderna.. Quiroga aplicó la palabra en este sentido... lo que hoy llamamos asilos, refugios o casas-hogar, que cuidaban no sólo del enfermo sino también del huérfano, de la viuda y de todo tipo de infortunados. Quiroga consideró la ignorancia de la fe cristiana y de las prácticas civilizadas como uno de los más serios infortunios..." [14].

Esta primera institución fundada por Quiroga tuvo numerosos opositores, desde luego los españoles. Durante el juicio de residencia, que se inició en 1536, y aun antes, las voces de sus malquerientes se dejaron oir. Jerónimo López, escribano, dice que los indios fueron obligados a trabajar en la iglesia, claustro y casas, bajo amenazas y sin pago alguno, viéndose precisados a destruir sus casas para aprovechar el adobe y las piedras en las casas ordenadas por el oidor. Quiroga contestó haber pagado suficiente en "mantas de Cuernavaca", y que además: "nada de ello es para mí sino para el dicho hospital como está dicho, y para escuelas y ejemplo de doctrina, caridad y piedad cristiana y de algunos estudiantes de gramática colegiales que allí la aprenden..." Se le acusó de favorecer en demasía a los indios de Santa Fe; que estos maltrataban a los demás indios comarcanos; y que cualquier esclavo de la región sentía que podría encontrar refugio allí, lo cual es el mayor elogio que pudiera hacerse a la fundación quiroguiana. Se le acusó de apoderarse del agua para los regadíos de las tierras del hospital. A su vez los indios de Ocoyoacac piden que se obligue al señor oidor a devolver la isla de Tultepec, que poseía sin derecho alguno; don Vasco demostró que la había adquirido por compra. Se dijo también que el hospital de Santa Fe era "castillo roquero y casa de mujeres" y que las tierras eran tan extensas que no alcanzaban a cultivarlas, lo cual iba en perjuicio de la real hacienda, a lo que respondió don Vasco que no sólo estaba todo cultivado sino que se hacía rotación de cultivos con técnicas avanzadas. Fueron de naturaleza tan endeble y tan mal intencionados los cargos que el juez Loaysa falló en su favor y algunas acusaciones ni siquiera las tomó en cuenta [15].

Juan Joseph Moreno, en su biografía de don Vasco, dice que éste fundó en Santa Fe "un Brephotrophio... que es tanto como lugar donde se cuidan los infantes, aquí se llamó el Hospital de la Cuna. Este era un lugar donde se exponían los Niños: se bautizaban, si no lo estaban: se criaban y alimentaban por Amas destinadas para esto, y asalariadas... se les daba de vestir todo el tiempo que era necesario, hasta que llegando a edad se aplicaban a los ejercicios, que en lo sucesivo se les daban a todos los hijos del pueblo" [16]. Además, como ya se mencionó, existía en el hospital una institución educativa donde se enseñaba gramática y se adquirían habilidades en materias diversas. La educación de los indígenas era parte fundamental en aquella comuna; el trabajo colectivo y las prácticas religiosas, con la instrucción elemental o básica, formaban el ambiente educativo ideado por Quiroga. El modelo de esta institución lo había encontrado en el estudio de la vida comunitaria de los mismos indios; a esto se debe el éxito que tuvo. Entre los aztecas el calpulli era una institución antigua, tradicional, "se formaba de una o varias familias fundadoras que participaban de creencias comunes, y vivían al amparo de los mismos dioses tutelares, participando también de intereses comunes... eran pueblos de casas dispersas, unidas por veredas hacia un centro del cual dependían y donde estaban ubicados: el tecpan, palacio o casa de gobierno, o teccalli, casa del señor; el teocalli, casa de Dios; el petlacalli, alma­cén de abastecimiento común y prisión; el calpixcalli, casa de recaudación de tributos; y el tianquiztli o mercado" [17]. Por su parte, entre los tarascos, la propiedad de la tierra y su aprovechamiento se dividía, como hemos visto, en cuatro partes. La que pertenecía al pueblo "la disfrutaba en parcelas distribuidas por familias. Su propiedad era comunal" [18].

El proyecto de los hospitales de don Vasco recogió también experiencias y ensueños europeos. La formación universitaria de Quiroga, y su vasta cultura se reflejan en esta parte de su obra, con referencias a libros que eran del dominio público y que despertaban grandes inquietudes en Europa, sobre todo entre los humanistas o letrados. Libros como la Utopía de Thomas More (Tomás Moro), varios de Erasmo de Rotterdam (Enchiridion, Modus orandi, Elogio de la estulticia), Luciano de Samosata (Las satumales) y otras obras manejadas por los renacentistas. De Moro es de quien se han encontrado mayores huellas en los hospitales-pueblos, debido ante todo a los estudios de Silvio Zavala. El mismo Quiroga acompañó a su Información en Derecho (1535) una parte de la Utopía, que él había traducido directamente del latín, texto que se encuentra perdido. Se ha comparado detenidamente el libro de Moro con las Ordenanzas de Quiroga, para demostrar su parentesco, aunque existen indicios -que Warren puntualiza- de que al escribir dichas Ordenanzas (1565) "la influencia de Moro había sido moderada considerablemente por la experiencia". René Acuña dice que la influencia del canciller inglés se había evaporado hacia 1547. Por lo que toca a la influencia de Luciano, mencionado también por Quiroga en la misma Información, el mismo Warren encuentra exagerado que se piense que fue muy "profunda". En la misma forma este autor considera deforman te el que se alinee a Quiroga con los humanistas que consideraron al indio americano como un "buen salvaje", cuando él pretendía mejorar su condición a través de la sociedad, incorporándolo a ella [19].

Del éxito del hospital de Santa Fe de México nos informan algunos testigos. En las tierras que Quiroga había adquirido, los indígenas cultivaban trigo y cebada; araban la tierra con yuntas de bueyes; habían plantado huertas de albaricoques, membrillos y duraznos que les producían buenos ingresos, pues el sacerdote-rector de ese hospital informaba que en 1540 había obtenido 100 pesos de los membrillos y 80 de los duraznos; había plantíos de vides. "Había también talleres para hilar y tejer bajo la supervisión de artesanos españoles... confeccionaban varias clases de paños corrientes Gergas, sayales, frazadas, mantas) y algunas telas finas que llevaban a vender a la ciudad. Para proveerse de lana tenían un rebaño que no alcanzaba todavía... a satisfacer sus necesidades: Pedro de Solís declaró que había vendido una gran cantidad de lana al sacerdote encargado del pueblo. Tanto los residentes de Santa Fe como los extraños, utilizaban un batán situado en la huerta; los últimos pagaban por su uso" [20].

Era patente el afán de servicio social de don Vasco. Sólo esa poderosa convicción podía llevarlo a gastar todo cuanto ganaba, todos sus ingresos en comprar tierras para los indios, por lo que no parece exagerado lo que asienta Moreno: "conocía la importancia de estas fundaciones perpetuas, las hizo aun desde que era Oidor, privándose de sus salarios, y aun adeudándose para comprar fondos bastantes a la subsistencia de aquellas obras" [21]; y no es exageración, pues lo confirma el obispo Zumárraga en una carta que envía al Consejo de Indias: "Porque crea que el amor viceral que este buen hombre les muestra, el cual prueba bien con las obras y beneficios que de continuo les hace y con tanto ánimo y perseverancia, que nos hace ventaja a los prelados de acá... que siendo oidor gasta cuanto S.M. le manda dar de salario a no tener un real y vender sus vestidos para proveer a las congregaciones cristianas que tiene..." [22]. Frecuentemente ocurría a los monarcas para pedir ayuda; algunas veces, sus amigos y compañeros intercedían para el bene­ficio del hospital; por ejemplo, el obispo Ramírez de Fuenleal, presidente de la Audiencia, solicitó y obtuvo una merced real para que, durante los años de 1533 y 1534, los oficiales de la corona entregaran 1500 fanegas de maíz anualmente; esta disposición se renovó durante los años de 1536, 1537 y 1538 [23].

Pronto se abriría para Quiroga la posibilidad de iniciar la etapa más fructífera de su vida. Desde su llegada a la Nueva España se había enterado de la existencia de un señorío indígena que en un tiempo había sido rival de Tenochtitlan; supo de las circunstancias de su ocupación por parte de los españoles, y de las atrocidades cometidas por Nuño de Guzmán, la principal de ellas: el proceso, tortura y muerte del cazonci o señor de aquellas tierras cuyo límite era el mar del Sur. La capital del señorío tarasco era Tzintzuntzan (Uchichila, para los aztecas), que había quedado en cabeza de Su Majestad, es decir que pertenecía a la corona española, y por tanto tenía un corregidor. En 1532 había sido nombrado Cristóbal de Benavente en ese cargo, que unía al de alcalde mayor de la provincia de Michoacán, Colima y Zacatula y de todas las minas comarcanas; como si todo esto fuera poco, el obispo Zumárraga le había comisionado como protector de los indios. Con tantos cargos se despertó la codicia en el funcionario, y fue acusado ante la Audiencia de tratar de apoderarse de las minas y de maltratar a los indios. Desde luego el tribunal designó a Quiroga. El licenciado Salmerón da su parecer en los siguientes términos: "El licenciado Quiroga podrá ocuparse de lo de Mechoacán, porque es hombre virtuoso, buen cristiano y muy celoso del servicio de Dios". En el mes de noviembre ya se había decidido que don Vasco se trasladara con la representación de la Audiencia, pero no salió enseguida por la designación de Juan Alvarez de Castañeda como nuevo corregidor de Tzintzuntzan; pero este sujeto resultó peor que el anterior, pues había obligado a los nativos y a sus caciques a entregarle sus tesoros, guardándolos para sí. Esto hizo que Quiroga saliera a finales de junio de 1533 para poner orden en aquella provincia; llevaba instrucciones, además, de recoger información detallada de las minas de cobre que hubiera en aquellos lugares, su volumen de producción, sus posibilidades de explotación, las distancias desde Tzintzuntzan y los caminos existentes o factibles. La llegada del oidor fue bien recibida; de inmediato inició la averiguación de los cargos contra Castañeda, demostrándose que efectivamente había tomado metales y joyas, aunque no en la cantidad que se había dicho; de 400,000 pesos se redujo a 1,437 de los cuales le fueron recogidos 1,233 que tenía en su poder y en el de un Francisco de Mañana.

Se avocó el señor oidor al asunto de las minas. El 15 de octubre tomo declaración a Alonso de Escobar, corregidor de Cinagua, sobre: las que hubiera en la provincia; su ubicación, el volumen de su producción, sus posibilidades de explotación, las distancias desde Tzintzuntzan, y los caminos existentes o factibles. Llamó a los encomenderos: Juan Pantoja, de la Huacana; Antonio de Oliver, de Turicato; Gil González de Benavides, de Guayameo; Juan de Alvarado, de Tiripetío; se menciona a otros, como: Cristobal de Oñate, de Tacámbaro; Diego Rodríguez, de Valladolid, de Urapa y Guanaxo; Antón Caicedo, de Peribán y Tepehuacan; Francisco de Villegas, de Uruapan; Guillén de Loa, de Coyuca; Bazán de Pungarabato; Juan de Burgos, de Cusamala; y Juan Infante, de Pomacora, Comanja y Naranxan. Las minas estaban en Cholomoco o Xurumuco, Cocian, Arimao, Guayameo, Cuyceo, Pungarabato, Coyuca, Tanxitaro, Tepalcatepec, Orecho, Caycoran y Guanaxo [24]. La mayor parte de estas minas se explotaban desde la época prehispánica, como lo refiere la Relación de Michoacán y aparece en el Lienzo de Jucutacato. Los tarascos trabajaron el cobre martillándolo con piedras o fundiéndolo, en algunos objetos con la técnica de la cera perdida. Hacían adornos, instrumentos de labranza y quizá armas. Conocían los procedimientos de recubrimiento de las piezas con oro, o la mezcla llamada tumbaga [25]. Es posible que algunas piezas que los españoles tomaron por oro, sólo lo hayan estado re cubiertas, como ya se dijo [26].

A los españoles no les agradaba estar en la Ciudad de Michoacán, Tzintzuntzan, porque era un centro indígena, y estaba rodeado de poblados indígenas. Comprendió esto el señor oidor y les ofreció un lugar cercano donde se fundaría una ciudad española que se llamaría Granada, en recuerdo de la ciudad morisca que él había conocido en comisiones de los Reyes Católicos. Por lo visto, Quiroga quería separar a los lobos de las ovejas, pues al mismo tiempo habló con los indios sobre los principios de la religión, como él los concebía y practicaba. Los indios creyeron en su palabra y comenzaron a llevar sus ídolos para que él mismo los destruyera; aceptaron una sola mujer en vez de varias que entonces tenían; durante  largas jornadas les explicó la religión cristiana en toda su pureza y autenticidad; y lo hizo en forma tan clara que les dejó convencidos. Finalmente les habló de fundar cerca de la Ciudad de Michoacán un hospital-pueblo como el que había levantado a dos leguas de la Ciudad de México. D. Pedro Panze Cuiniarángani, gobernador indígena, estuvo de acuerdo, y señaló algunas tierras de su propiedad donde podría iniciarse el hospital. Quiroga puso así los cimientos de una más de sus instituciones benéficas, a la que dio por nombre Santa Fe de la Laguna, para diferenciada de la otra. Desde luego se dirigió al Rey en solicitud de ayuda para el nuevo centro comunitario, y pronto se recibió la cédula real en que se ordenaba al corregidor la impartición de auxilios a don Pedro para la construcción del "hospital" hasta su terminación. Las obras incluían una ermita, habitaciones para viajeros y enfermos, los graneros y las casas del ayuntamiento indígena.

El oidor insistió con los españoles acerca de la fundación de Granada; señaló el sitio donde quedaría, nombró alcalde, registró un total de veinticinco familias que aceptaron ir a poblar la nueva ciudad, y les repartió solares. Dejó todo organizado y regresó a la ciudad de México.

A la Audiencia no le pareció práctico el plan de Quiroga para la ciudad de Granada, y ahí quedó el asunto. Tal vez hubo otras razones, como la negativa de los mismos españoles para cambiar su residencia.

El 3 de septiembre de 1534, el cabildo de la ciudad de México reconocía ese fracaso, y pedía que no se intentara de nuevo la fundación de aquella ciudad española para no despoblar la de México, pues de allí tendrían que ir los pobladores.

El caso de Juan Infante era grave. Se trataba de un rico terrateniente español, de carácter altivo y despótico, que hacía tiempo radicaba en la antigua capital del señorío tarasco, la Ciudad de Michoacán. Infante había comprado a Juan de Solís una estancia llamada Comanja y a base de influencia y dinero, consiguó que Alonso de Estrada, durante el tiempo en que fue gobernador, en una cédula le adjudicara nada menos que veinticinco pueblos en las orillas de la laguna de Tzintzuntzan. El corregidor de Michoacán se resistió a darle posesión de dichos pueblos, e Infante se quejó ante la Audiencia, la que ordenó una investigación. El poderoso encomendero apeló a esta disposición que retardaba su posesión legal. El corregidor que había cumplido con su deber al oponerse a semejante atropello fue Cristóbal de Benavente, que con ese acto trataba de justificar su título de Protector de los Indios; por lo menos en este caso sí lo fue, aunque en el resto de su gestión se convirtiera en el azote de los mismos indios, como pudo comprobarlo don Vasco.

Respecto a las tierras que reclamaba Infante, nada inició Quiroga; pero el solo hecho de haber fundado Santa Fe de la Laguna precisamente en un sitio controvertido, indicaba claramente su posición. Tzintzuntzan había quedado en poder de Hernán Cortés a raíz de la conquista; pero la cédula real del 5 de abril de 1528 colocó las cabeceras de provincia "en cabeza de Su Majestad", dependientes de la corona. El cazonci Tangáxoan tenía dos hermanos que, a su muerte, conservaron el poder y las tierras que le pertenecían. Huitzitzili se unió a los españoles y murió en la expedición de Las Hibueras, y sólo quedó don Pedro, reconocido como gobernador. Los pueblos reclamados por Infante pertenecían, en gran parte, a los que en 1526 señaló el factor Gonzalo de Salazar en favor del cazonci.

El hospital de Santa Fe de la Laguna, en cambio, tuvo un desarrollo acelerado, a pesar de que don Vasco regresó a la ciudad de México a fines de diciembre de 1533 o en los primeros días de enero del año siguiente.

Los atropellos contra los gobernadores indígenas eran frecuentes; bastaba con que un corregidor o un alcalde, españoles ligados a los encomenderos (o lo eran ellos mismos) les acusaran de preparar un levantamiento, para que cayera sobre aquellos infelices todo el peso de la maquinaria burocrática de la colonia. La presencia del oidor Quiroga en Michoacán demostró su inclinación hacia los indios y el deseo de favorecerles, lo que fue mal visto por los españoles, que de inmediato lanzaron la conocida acusación contra don Pedro y los principales, amenazándoles de muerte. Los agredidos, con sus hijos pequeños, se trasladaron a México y se representaron con don Vasco y los otros miembros de la Audiencia. Escribió don Vasco en su Información en Derecho, que fueron a pedir justicia "los principales de Mechuacán y traían consigo a dos hijos pequeños del Cazonci, cacique y señor principal que era de toda aquella tierra... y casi tan grande como Mutezuma... y otro hijo de don Pedro el que gobierna ahora aquella provincia... porque también les levantaban los españoles que se querían levantar y sobre ello habían estado presos y corrido azas peligro de sus personas, y tanto que fue maravilla ser vivos y no ahorcados sin culpa alguna y traían consigo un naguatato de la lengua de México y de Mechuacán por quien nos hablaron; que las lástimas y buenas razones que dixo y propuso, si yo las supiera contar.. vuestra merced [parece que se refiere al Dr. Bernal Díaz de Luco]... tuviera tanta razón después de alabar, como el razonamiento del Villano del Danubio, que una vez le vi mucho alabar yendo con la corte de camino de Burgos a Madrid... después que nos hobo... relatado y referido su mala dicha que siempre tenía con sus amos los españoles, en recibir mal por el mucho amor que les tenía y servicios que les deseaban hacer... traían a los hijos del Cazonci ya un hijo de don Pedro que era lumbre de sus ojos, para que estuviesen en prisión o rehenes con que se asegurasen y dellos también, y de todos hiciesen lo que más quisiesen, que desde allí para ello se ponían en nuestras manos... informados bien de todo, paresció estar inocentes y sin culpa alguna de lo que les había levantado, y así se volvieron desta real abdiencia consolados y alegres en sus tierras donde al presente están tan buenos cristianos y tan leales vasallos de Su Majestad... Aprovechóles mucho la ida que allí fui, y el pueblo Hospital de Sancta Fe que yo allí dexé comenzado, al cual ha dado y da Dios tal acrescentamiento de cristiandad, que en la verdad no parece obra  de hombres sino de sólo El, fomo yo creo cierto que lo es..." [27].

Para la evangelización de los indios y como protector de estos, así como para frenar los excesos de los conquistadores, desde antes de la caída de Tenochtitlan se creó la primera diócesis americana en Yucatán. Luego, por la importancia de la gran capital, con el fin de contrarrestar el inmenso poderío adquirido por Hernán Cortés, y para impedir que tratara de "alzarse con la tierra", los monarcas españoles decidieron ampliar la obra evangelizadora dándole una mayor consistencia. Hasta entonces, el clero regular, principalmente las Ordenes de franciscanos y agustinos, habían tenido a su cargo esa labor, pero había dificultades entre la corona y dichas Ordenes debido al enriquecimiento y vida licenciosa de algunos frailes. Por eso se creó un poder, que en aquellas circunstancias era indispensable, una diócesis regida por un obispo que fuera además protector oficial de los indígenas; se buscó para este cargo a un hombre enérgico, capaz de contribuir al establecimiento del orden deseado, y se encontró la persona indicada en fray Juan de Zumárraga, de la Orden franciscana. Era un fraile batallador y de profundos principios cristianos, partidario de las corrientes renovadoras del humanismo que por entonces predominaban en la península; Lector de Erasmo de Rotterdam y amigo de los erasmistas españoles; en su biblioteca frecuentaba la consulta de Tomás Moro, tanto como la de Platón, San Agustín, y cuantos habían soñado sociedades ideales, que Zumárraga se esforzaba por compaginar con la realidad. Su designación le brindaba la oportunidad de llevar a cabo sus propó­sitos, y con la prisa del impaciente marchó al Nuevo Mundo, sin esperar sus bulas, en compañía de los miembros de la primera Audiencia, en 1528. Notables fueron sus batallas por la justicia, en las que se enfrentó decididamente con el presidente y los oidores; solo, con el único auxilio de algunos clérigos y de los frailes que en escaso número trabajaban en el vasto territorio del país que se hallaba en formación, la obra de Zumárraga tuvo acentos épicos [28].

El obispo Fuenleal y los oidores de la Audiencia se reunieron, casi al principio de su gestión con el obispo Zumárraga, para estudiar la conveniencia de crear otros obispados en la Nueva España. Sugirieron erigir tres: Oaxaca, Michoacán y Coatzacoalcos; pero la corte sólo aprobó los dos primeros. Se propuso como prelados a los frailes Francisco Jiménez y Luis de Fuensalida, respectivamente. Al comunicar a estos la proposición en su favor, la rehusaron terminantemente. Se ofreció el obispado de Oaxaca a Juan de Zárate y quedó pendiente Michoacán.

A finales de 1535 el Consejo de Indias propuso al licenciado Vasco de Quiroga para obispo, y el emperador estuvo de acuerdo, tanto que, en febrero del año siguiente, antes de que Quiroga decidiera al respecto, la emperatriz le escribió recomendándole el cuidado y la instrucción de los naturales de Michoacán. [29]

Es probable que la designación de Quiroga como obispo de Michoacán haya provocado disgusto entre quienes estaban dolidos por su actuación como oidor, sobre todo por la fundación de los hospitales de Santa Fe; pero lo cierto fue el regocijo que causó entre quienes trabajaban en favor de los indios. Uno de estos beneméritos varones, el obispo Zumárraga escribió al rey en términos religiosos para el licenciado, en quien reconocía un "amor visceral" por los indios que le llevaba a "las obras y beneficios que de continuo les hace y con tanto ánimo y perseverancia, que nos hace ventaja a los prelados de acá". Elogia fray Juan su desprendimiento, "Que siendo oidor gasta todo lo que S.M. le manda dar de salario... para proveer a las congregaciones cristianas que tiene en dos hospitales... haciéndoles casas repartidas en familias a su costa y comprándoles tierras y ovejas con que se pueden sustentar". Manifiesta su confianza en que, una vez en el cargo de obispo, acrecentará esos cuidados, y dice: "no sé otro que le iguale en esta tierra", que constituye una afirmación que revela la grandeza de Quiroga y la humildad de Zumárraga, quien remata con estas palabras: "téngolo dicho y por averiguado que nos ha de hacer vergüenza a los obispos dacá,praesertim [ante todo] a los frailes" [30].

Zumárraga era franciscano, y sin embargo critica a los frailes, y refrenda su declaración en el juicio de residencia a Quiroga, al decir que los michoacanos eran los menos inclinados a recibir la doctrina cristiana, por lo que "los religiosos de San Francisco desampararon aquella provincia por dos veces" [31].

El juicio de residencia a los oidores fue ordenado por el rey para saber "cómo y de qué manera... han usado e ejercido sus oficios". Este juicio se iniciaba conforme al Derecho español, al término de la comisión o mandato de un funcionario. En la Nueva España, gobierno, y se iniciaba el virreinato. La Audiencia continuaba, pero sólo como encargada de la impartición de justicia.

El rey nombró al licenciado Francisco de Loaysa juez de residencia, y ante él comparecieron los testigos [32]. La Audiencia y Cancillería Real desaparecía como órgano supremo de (justicia).

Las preguntas para la presentación de testigos de descargo fueron redactadas por el mismo señor Quiroga, en tal forma que casi inducen a las respuestas. En algunos casos hay notoria exageración, lo cual es comprensible en un proceso de esa naturaleza, y más aun cuando sobre Quiroga pesaban acusaciones de mal trato a los indios en la construcción del hospital de Santa Fe de México, cargos a los que ya hemos aludido. Son particularmente importantes, por cuanto se relacionan con los hospitales, las preguntas de la treinta y tres a la treinta y siete. En la treinta y tres Quiroga pregunta: "si saben que en la provincia de Michoacán, hasta que allí, por mandato y comisión de la dicha Audiencia, yo el Lic. Quiroga fui, siempre se estaban los naturales de la dicha provincia bestiales e ignorantes en el conocimiento de Dios nuestro Señor y de S.M., e salvajes en su manera e atavíos: e después que allí fui por dicho mandato, e les hablé de parte de la dicha Audiencia, y di a entender las cosas del servicio de Dios... luego se cubrieron e honestaron, e trajeron e entregaron ellos mismos sus ídolos, que hasta entonces habían tenido secretos y encubiertos, y destruyeron sus idolatrías... se comenzaron a casar a ley e a bendición... las mujeres las cabezas cubiertas, e a concurrir mucha gente a la doctrina cristiana, y a los sermones, misas, e a recibir el santo bautismo los que no eran cristianos; mucha parte y causa de lo cual ha sido el hospital de Santa Fe que allí dejé fundado, donde no solamente los de la comarca, pero aun muchos chichimecas que nunca fueron ganados ni conquistados, de poco acá son venidos allí al buen olor de la bondad y piedad cristiana que allí han visto e oído decir..." La pregunta treinta y Cuatro se refiere al hospital de México; las treinta y cinco y treinta y seis tratan del funcionamiento de ambos hospitales; y la treinta y siete al gasto que al fundador hizo en ellos: "si saben que en aquestas obras de los dichos pueblos y hospitales, e para sustentación de los moradores de ellos... yo el Lic. Quiroga ha gastado e tenido por bien gastar... cuanto pudiese ahorrar e hubiera ahorrado del salario que S.M. me ha dado, del cual solamente he tomado el mantenimiento ordinario de cada día... " [33].

En el juicio de residencia declararon treinta y nueve testigos, algunos radicados en la capital y otros en Michoacán, entre religiosos y seglares.

Sobre todo, resulta interesante lo que dicen Zumárraga y San Miguel, ambos de la Orden franciscana. El obispo dice en su respuesta a la pregunta 33: "por experiencia cierta sabe este testigo que la gente de Michoacán, por ser gente muy ruda y menos capaz e inclinada a recibir la doctrina cristiana... los religiosos de San Francisco desampararon aquella provincia por dos veces y que sabe cómo el dicho licenciado Quiroga fue a la dicha provincia, y en ella hizo harto fruto... y que después acá que él fue se han hecho cinco o seis monasterios... e cada día crece la cristiandad y policía, hasta adobar cueros e hacer jabón, e sillas de caballos, e zapatos, e chapines, y otras cosas en que ellos ganan de comer... que el hospital de Santa Fe, que allí fundó dicho licenciado, está mucho aumentado, y es gran refugio a lo temporal e a lo espiritual de los dichos naturales de aquella tierra...". A la pregunta 34, el señor Zumárraga contestó: que "el dicho Lic. Quiroga nos da buena lección y aun reprensión para los obispos de estas partes con todo lo que él hace en gastar cuanto tiene en estos hospitales y congregaciones... y que tampoco tiene sobra como el obispo de México en cabo del año... y que al dicho licenciado más envidia..." San Miguel, por su parte,se refiere al hospital-pueblo de Santa Fe de la Laguna, y dice que "ha visto cómo en él acude mucha gente pobre y huérfana de partes remotas y allí les dan todo lo que han menester, y el dicho licenciado Quiroga los sustenta y ha sustentado... e que este testigo es guardián en Uruapan... e vienen del dicho hospital de Sancta Fe de quince en quince y de diez en diez a confesarse al dicho monasterio de Uruapan y en todo muestran ser buenos cristianos..." [34].

El 19 de mayo de 1536, el juez de la residencia dictó sentencia absolutoria del único cargo que se hizo a Quiroga, el de que había obligado a los indios a trabajar en las construcciones de Santa Fe de México sin la paga justa, abusando de su puesto de oidor [35].

El testimonio de fray Alonso de Borja es particularmente inte­resante por haber sido el encargado de la instrucción de los indios en Santa Fe de México. Su labor allí era múltiple: enseñaba gramática a los jóvenes y las primeras letras a los niños; a todos les enseñaba a cantar en los servicios religiosos; se sabe que era "lengua", es decir que había aprendido la de los indígenas. En su testimonio dice que acuden al hospital gentes de todas partes, que allí encuentran de comer y vestidos, sobre todo los enfermos [36].

Su Santidad, el Papa Paulo III, en su Breve Pontificio del 6 de agosto de 1536 erigió la diócesis y catedral de Michoacán, a petición del rey de España. Dice el Pontífice: "erigimos e instituimos, perpetuamente, al pueblo antes dicho, en ciudad que se llame Michoacán, y su iglesia, en Iglesia Catedral, bajo la misma advocación que tenía [San Francisco], para un Obispo que deberá llamarse de Michoacán... Deberá depender del arzobispado de Sevilla... [el de México dependía igualmente de Sevilla] y podrá exigir y percibir, libre y lícitamente, los diezmos y primicias que le son debidos por dere­cho...y a la misma Iglesia le concedemos y señalamos como ciudad al dicho pueblo de Michoacán, por Nos erigido en ciudad, y como Diócesis, la parte de la Provincia que el mismo Emperador y Rey Carlos señalare y delimitare y mandare señalar"; y concluía conminatoriamente: "a ningún hombre le sea permitido violar este documento de nuestra erección". El 9 de diciembre, en otro Breve, el Papa autorizaba que la consagración fuera por un obispo acompañado de dos dignatarios [37].

Era tanta la prisa de Don Vasco que actuó desde que fue propuesto para el obispado en Michoacán. Es posible que desde entonces se hubiese formado el propósito de poner la sede en Pátzcuaro, y haya empezado a construir su catedral sobre el cúe o templo principal de aquel lugar. Al recibir las bulas episcopales dio principio a su tarea de una manera formal; le preocupaba el hospital de Santa Fe de la Laguna; las tierras de éste no habían sido legalizadas, y procedió a ese trámite. Con su doble autoridad de oidor y obispo propuesto intervino para certificar un protocolo de venta en que él era el comprador y los vendedores eran don Pedro y doña Inés, su esposa. Ante escribano se levantó la escritura y fueron señalados los linderos; se asentó la cantidad de la venta: 150 pesos, que pagaron Quiroga y el mismo hospital. Seis días después, el oidor-obispo llamó a don Pedro y le recordó la cédula real de 1535 en la que se ordenaba la cesión de tierras que no se usaban, para el hospital; el cacique señaló una gran extensión, se firmó el documen­to respectivo, y de ese modo Santa Fe de la Laguna aseguró sus propiedades. Don Vasco procedió así en prevención de que el litigio con Infante tomara otro curso; era una cuña legal introducida en las propiedades que disputaba el encomendero.

Don Pedro designó una amplia zona, señalada con la imprecisión de linderos que era común entonces: "desde la palma que está cerca de la laguna en el llano que se dice Chupícuaro en el camino real que va de Tzacapo y a Colima derecho a dar con el norte hasta la cumbre... y desde allí por la orilla de la laguna hasta en derecho del peñol de Cozintal que está en el llano de la otra parte de Santa Fe que se llama el peñol Capaquare que está cabe el camino real que va de Santa Fe a Michoacán; y de allí pasando por el dicho peñol a dar derecho a un ciprés que está en una cordillera que está junto al valle que se dice Petazaquaro hasta dar derecho a la cumbre y sierra del monte que pasa y va sobre Santa Fe..." Estas fueron las tierras que tuvo el hospital-pueblo de Santa Fe de la Laguna [38].

El 6 de agosto de 1538, el licenciado don Vasco de Quiroga tomó posesión de su obispado en Tzintzuntzan, ante las autoridades tanto españolas como indígenas; les leyó la bula de Paulo III, a la que todos mostraron acatamiento. Allí mismo, manifestó el obispo, con cierta rudeza, que aquel acto no daba derecho alguno a la ciudad ni a la modesta iglesia donde se realizaba, ya que la sede definitiva se establecería en Pátzcuaro. Es posible conjeturar que el cambio se debió al problema con Infante. No se sabía qué pasaría; si vencía el encomendero y lograba apoderarse de todos los pueblos que reclamaba, Santa Fe se perdería, y con el hospital las demás tierras que pertenecían al gobernador y a los principales, que ya no podrían vivir en Tzintzuntzan. Era ésta como una ciudad sitiada; por un lado Infante y sus influencias, y por el otro los estancieros españoles radicados en la misma ciudad, para quienes era un mal augurio la notoria inclinación de don Vasco por los indios. Ante lo imprede­cible, Quiroga optó por crear un baluarte indígena, en donde podrían refugiarse los de Santa Fe en el caso de que triunfaran sus enemigos. Sus palabras en el documento de toma de posesión son muy claras: "Pátzcuaro, donde... ya se comienza a fundar y funda la dicha ciudad de Michoacán... para que allí se junten los naturales de todos los barrios y familiares".

Fue tan franco en su resolución que, en el acta que se levantó en Tzintzuntzan, quedó claramente expresado su deseo de mudarse "en otro sitio y lugar que es sano y muy útil y provechoso de muchas y buenas aguas y aires sanos... y es una parte y barrio de ella que los naturales llaman Pátzcuaro, donde por mandato de su Cesárea y Católica Majestad ya se comienza a fundar y funda la dicha ciudad de Michoacán en forma de buena policía y está señalado y tomado sitio para edificar la Iglesia Catedral so la invocación de San Salva­dor" [39].

La pequeña iglesia de los franciscanos de Tzintzuntzan, donde se verificó la posesión parece que se trataba de la capilla de Santa Ana, la que pasó a llamarse de San Francisco, en cumplimiento del breve pontificio; era "de adobes y de paja, paupérrima y muy pequeña donde todo edificio que en ella se hiciera acrecentase y edificase sería perdido... por ser talla dicha iglesia que por inhabitable la desampararon ciertos religiosos de San Francisco que la edificaron y pasaron a otro lugar como es cosa cierta, notoria y manifiesta en la dicha ciudad y su comarca".

Al día siguiente, 7 de agosto de 1538, se asentó legalmente el obispo en Pátzcuaro. "Luego otro día adelante en el dicho sitio de Pátzcuaro con voluntad y consentimiento de Don Pedro Gobernador, y Don Alonso y Don Ramiro y otros principales de la dicha ciudad y barrio... y de los dichos Alcaldes y Regidores, aprendió y fue metido en la posesión del sitio... donde se han de edificar, juntamente con la dicha iglesia Cathedral so la invocación de San Salvador, y que es todo lo uno y lo otro en la dicha ciudad de Mechuacán... "

La disposición del rey respecto a la catedral se había dado, seguramente a petición del obispo electo, el 20 de septiembre de 1537, en una real cédula donde se ordenó al virrey: "que proveais como en la dicha Provincia de Michoacán se haga la dicha Iglesia Catedral en la parte, y sitio, que a vos y al dicho Obispo [don Vasco de Quiroga] pareciere..." Es claro que Quiroga no consultó con Mendoza sobre esta cuestión sino que decidió por sí solo, y para cubrirse escribió desde luego al rey, el 10 de septiembre informán­dole del cambio a Pátzcuaro, al que siempre quiso presentar como un barrio de Tzintzuntzan [40].

Los indios, unidos a varios vecinos españoles, protestaron ante el virrey por la maniobra del obispo, pero no pudieron avanzar en sus gestiones. Mientras tanto, Quiroga vivía ya en Pátzcuaro y vigilaba la construcción de la iglesia en el sitio donde habían estado los cúes de los indios; esa catedral se llamaría provisionalmente de San Salvador y no de San Francisco porque los franciscanos podrían reclamar el desplazamiento y entorpecer el cambio legal.

El rey aceptó el traslado efectuado, en su cédula del 25 de junio de 1539: "Visto las causas que dais porque decís que conviene que se mude la iglesia que en las bulas de ese Obispado viene erigida y ha parecido que la debéis mudar al sitio de Pátzcuaro pues decís que concurren en él las buenas cualidades que se requieren en iglesia catedral y la ciudad cabeza de obispado o en la parte que a vos [Quiroga] pareciere y para ello hay necesidad de Breve [41]. El mismo monarca se encargó de informar al Papa y solicitarle el Breve de que se trata, que fue dado por Julio III hasta el 8 de julio de 1550: "confirmamos y aprobamos la traslación de la Iglesia Catedral al lugar o barrio de Pátzcuaro, y el cambio de la invocación, en la de San Salvador", aunque el pontífice aclara que este último nombre se cambia porque "habiendo en el dicho Pátzcuaro dos casas para la invocación de San Francisco, para que la semejanza del titular no causara confusiones... cambió por la de San Salvador". El hospital y templo de San Francisco en Pátzcuaro fueron construidos en 1545, por lo que es claro esa no fue la razón que tuvo don Vasco para cambiar el nombre del titular de su catedral.

En el escrito del obispo Quiroga al monarca español, a la vez que le notificaba el traslado de su sede, le pedía otras mercedes como: trescientos pesos en oro que la reina Isabel de Portugal (esposa de Carlos V), ya fallecida, había concedido a la catedral de Michoacán para ornamentos; preguntó el obispo si esa cantidad debería tomarse de diezmos, y el rey le dice que se le darán de la real hacienda. Ordena el rey en ese documento que el deán y cabildo de México den. a la iglesia de Michoacán los ornamentos, "pues habían gozado tanto tiempo ha de sus rentas"; dice que ordenará al virrey que los corregimientos y alguacilazgos se den a los españoles de la Ciudad de Michoacán (Tzintzuntzan), "por quesa población tuviese algún favor y se recogiesen de mejor gana a ella los españoles que andan derramados y haciendo daño en la provincia". Como Quiroga pidiera algún corregimiento para un médico y otro para un cirujano, el rey dice que ya le escribió al virrey para que busque quiénes quieran ir con ese aliciente, pues los médicos están en México y no van a la provincia sino por "excesivo salario”.

En la última parte de la cédula real hay un párrafo que corres­ponde a una petición de Quiroga, sumamente importante. Dice el rey: "que os han dicho los principales de los dichos chichimecas comarcanos a ese Obispo que es tal su miseria desnudez y falta de comida que padecen y el bien que debajo de nuestro amparo ven que tienen los otros chichimecas que allí se han venido muchos de ellos se querían venir a poblar y juntarse cabe una fuente que dizque es muy buena dentro de la misma tierra que dicen que estará obra de quince leguas de esa dicha ciudad a ser enseñados para ser cristianos e vasallos nuestros y a trabajar y romper la tierra como los otros chichimecas lo hacen y questos son muchos a de lelejos (sic) que nunca han sido subjetos e que pensais que no lo serán sino por esta vía porque no tienen lugar cierto ni más asiento de arcos y flechas y andarse acá por los montes matando venados y andan desnudos y son muy altos y bien dispuestos y no tienen sacrificios ni ídolos...". Se ordenó al virrey que favoreciera esta fundación quiroguiana, que bien puede ser la del hospital de Santa Fe del Río, en la orilla del Lerma y en los límites con los chichimecas. Esta es la única referencia que se ajusta a la situación de ese hospital-pueblo, que existió y funcionó hasta el siglo XIX con apego a las Ordenanzas del señor Quiroga, pero que éste, por causas que se ignoran, no lo mencionó en su testamento, donde sólo aparecen los de México y la Laguna. El licenciado Felipe Tena Ramírez ha observado con agudeza que en el citado testamento el anciano obispo habla de los hospitales que fundó "siendo oydor por su Magestad... y muchos años antes de tener horden eclesiástica alguna", "lo que quiere decir -anota-, literalmente, que ellos fueron los únicos que fundó antes de ser obispo" [42]. Después nos ocuparemos más extensamente de este asunto.

La organización del clero secular era una necesidad desde los primeros instantes de la colonización. Así lo hizo notar el obispo Zumárraga, y lo refrendaron los electos Francisco Marroquín y Juan López de Zárate. El año de 1537 habría de ser pródigo en hechos que contribuyeron a ese fin. El obispo Zumárraga había venido a la Nueva España sin esperar su consagración; así laboró desde 1528 hasta 1532 en que, urgido de ir a España para defenderse de los cargos que le hizo el oidor Delgadillo, fue allá y preparósu consagración el 27 de abril en el convento de San Francisco de Valladolid. En México, ya con plenas facultades, consagró el 8 de abril de 1537 (J,I señor Marroquín como obispo de Guatemala, y fue la primera ceremonia de ese rango que hubo en la Nueva España; a finales del mismo año fue consagrado el señor Zárate como prelado de Oaxaca. En el mes de diciembre de 1538, en la catedral de México, de manos del mismo Zumárraga, recibió Quiroga la consagración episcopal. En los últimos días de noviembre de 1537 se habían reunido en México los. tres obispos consagrados, y juntos escribieron al emperador para consultarle si debían concurrir al Concilio de Trento, cuya convocatoria acababa de llegar, o deberían permanecer en sus diócesis por la atención de los múltiples asuntos pendientes, de los cuales enumeraron algunos entre los más graves. El rey contestó en agosto de 1538; les recomendó que no abando­naran su labor y que la corona justificaría su ausencia ante el Papa [43].

Quiroga no podría estar en la reunión de obispos de 1537, pero sí se enteró de los asuntos tratados en la carta al emperador, entre otros el de la falta de clérigos honestos, "porque lo que más destruye a esta tierra es que las personas eclesiásticas y seglares no tienen otro fin sino de buscar modos para hacerse ricos y volverse a Castilla". Se imponía la necesidad de formar clérigos arraigados en este país, incluso clérigos indios que pudieran predicar en su lengua.

Pero volvamos al pleito de don Vasco de Quiroga con el encomendero Juan Infante. Este recurrió de nuevo a la Audiencia, la que falló en su contra, por lo que, airado, formuló una lista de cargos contra el obispo, a quien consideró el principal influyente para estorbar la justicia. La Audiencia no dio entrada a la demanda, y el encomendero embarcó para España con el fin de llevar personal­mente su queja ante el Consejo de Indias, que sentenció a su favor.

Con una carta ejecutoria del Consejo, Infante regresó a la Nueva España y se presentó ante la Audiencia para exigir su cumplimiento. Los de Tzintzuntzan insistieron en su punto de vista: sostenían que los barrios de la laguna eran desde 1526, de la ciudad de Michoacán; pero nada podía hacer ya la Audiencia sino ordenar a un alguacil de la corte que fuera a dar posesión al vencedor. Se pidió una demora, sin resultado favorable. El obispo consiguió que el virrey confirmara la merced sobre las tierras donadas por don Pedro, pero nada detuvo a Infante, quien se presentó en la ciudad de Michoacán, mientras Quiroga movía todos los resortes a su alcance y juraba que perdería su obispado o se volvería ermitaño e iría a pie hasta Roma a renunciar, antes que permitir la posesión fraudulenta del encomendero.

Infante fue recibido con oficios de oposición; se oponían los indios principales, el cabildo de la ciudad y el obispo con todos los indios. El ejecutor, Andrés Juárez, declaró que se limitaría a cumplir las disposiciones de la Audiencia, y que haría responsable al obispo de lo que sucediera, pues se hablaba de un levantamiento general de los indígenas; Quiroga repuso que, como buen pastor, trataba de impedir que se perjudicara a los naturales sin escucharles, y que en todo caso se interpondría para evitar tumultos. Las cosas llegaron a mayores cuando Infante trató de acercarse a Santa Fe para tomar posesión; el obispo, montado en una mula y acompañado de varios clérigos y algunos vecinos, se agregó a la comitiva. El ejecutor le ordenó que se retirara, pero él alegó que iba para prevenir un enfrentamiento; se le amenazó, pero no se alejó. A los oídos de Infante llegaron los rumores de que el obispo había sublevado a los indios, y que 6000 hombres armados esperaban al encomendero para darle muerte; espantado por aquella noticia pidió al ejecutor que suspendiera el trámite y tomara nota de que Quiroga y los indios, jefaturados por él, se oponían a las órdenes del rey.

El asunto volvió a México. Se pidió que fuera un oidor a cumplir la carta ejecutoria, pero el virrey ofreció que iría personalmente para ese fin, y así lo hizo a finales de 1539. Estuvo en Pátzcuaro con los principales y el obispo; les reprendió su conducta y les dijo que eran vasallos del rey a quien debían obedecer, y que en lo sucesivo pagarían tributo a Infante. Don Pedro dijo que aquella era una injusticia que se cometía contra su pueblo, y que todos se irían a vivir a Pátzcuaro y despoblarían las tierras del encomendero. Allí mismo, Mendoza nombró a Velasco de Barrionuevo como ejecutor de la carta, y poco después empezó a cumplirse. Pedro de Yépes y Antonio Castro, clérigos adictos al obispo, se presentaron en cada pueblo y se hicieron arrojar por la fuerza, para indicar que Infante no tomaba posesión pacífica. Al llegar a Santa Fe mostraron la cédula real y ante ella el ejecutor se declaró incompetente, y se retiró. El doctor Warren sospecha que hubo algún arreglo Mendo­za-Quiroga al respecto [44].

El asunto se prolongó muchos años. Infante nunca presentó los documentos que se le pidieron, y el asunto quedó en suspenso. Don Vasco solicitó y obtuvo la protección real para el hospital, y declaró al rey su patrono, con lo que fortaleció la fundación.

Años después del sonado incidente de Infante en Michoacán, el otro hospital quiroguiano, el de Santa Fe de México, sufrió la acometida de un voraz encomendero, nada menos que Martín Cortés, el hijo del conquistador; y no obstante que don Vasco estaba agobiado por los años y las enfermedades, reaccionó con el mismo empuje y energía que en el caso de Infante. Cortés llegó a la Nueva España a principios de 1563, y presentó una merced concedida por Felipe II, según la cual deberían entregársele los veintidós pueblos que pertenecieron a su padre, con el número de vasallos contenidos en ellos. En más de treinta años, las circunstancias habían variado, la propiedad había cambiado, nuevas generaciones de signo mesti­zo regían las relaciones sociales; por lo que no era fácil dar cumplimiento a la disposición retrógrada.

Entre las posesiones reclamadas por el marqués se encontraban Coyoacán y Tacubaya, donde estaban los ejidos de la ciudad, algunos edificios de la traza urbana y el hospital de Santa Fe. El cabildo de la ciudad empezó la defensa, pero no tenía jurisdicción en lo de Quiroga, por lo que tocó a éste oponerse. Fue Cortés al pueblo de Santa Fe con un notario, llamó a los alguaciles y les indicó que sus varas ya no las tendrían por autoridad del virrey sino por la suya.

Don Vasco, que se encontraba presente, le pidió que ocurriera a la corte porque Santa Fe tenía títulos suficientes que él haría valer. El altivo marqués llamó a un vecino y le dio una vara, y Quiroga le dijo que se la quebraría personalmente si insistía en llevarla. Puso Cortés una copia de su provisión en lugar público y fue Quiroga y la rasgó; hizo nuevos intentos de mostrar su autoridad, y fue rechazado violentamente por el obispo; pero el colmo fue cuando repartió las tierras, y dio un pedazo a Jorge Cerón, quien comenzó a cultivarlo; llegaron los indios y arrancaron las plantas. Fue muy sonado este pleito. El virrey y la Audiencia lo sometieron al fallo del Consejo de Indias donde se estancó. Luego murió el obispo, y Martín Cortés se vio mezclado en una conspiración que pretendía independizar a la Nueva España, fue deportado a España y sus bienes incautados; sus principales aliados fueron ejecutados en el patíbulo [45]. El asunto quedó sin solución.

En el tiempo que medió entre ambos casos, el de Infante y el de Cortés, el obispo de Michoacán realizó actos notables y mostró, cuantas veces fue necesaria, la reciedumbre de su carácter. Una vez resuelto lo de Santa Fe de la Laguna, en el pleito con Infante, don Vasco se dio a la tarea de formar su cuerpo de auxiliares para la obra evangelizadora. En la primera etapa de la conquista los frailes habían desempeñado una función sumamente importante: la de frenar los excesos de los conquistadores y proteger a los indios; pero muy pronto las Ordenes religiosas comenzaron a tener bienes materiales que las unieron con los explotadores; y aunque individualmente los operarios eran intachables, la institución se había corrompido, y la evangelización se convertía en un hecho superficial que dejaba intacto un régimen de injusticia. Los pocos clérigos que vinieron entonces, eran gentes ruines; "todos se fundan sobre interés" y "estarían mejor los indios sin ellos", decía el virrey Mendoza.

Desde el Primer Concilio Mexicano, los obispos se preocupa­ron por la formación de un clero diocesano, formado aquí con gentes arraigadas en esta tierra o hijos de ella, cuyo propósito no fuese el enriquecimiento. Pero nada se hizo. Fue don Vasco de Quiroga quien dio los primeros pasos al fundar en la sede de su obispado un Colegio para la formación de clérigos con espíritu de servicio, conocimiento de las lenguas aborígenes, y un noble apego a los ideales humanistas; clérigos que constituyeran la espina dorsal de un gran movimiento de reforma del clero y de una auténtica evangelización. Este Colegio sería, además, el coronamiento de su obra social, pues estaría unido al funcionamiento y desarrollo de los hospitales-pueblo, de los que nos hemos ocupado extensamente.

En Michoacán, don Vasco se vio precisado a luchar duramente para imponer su autoridad episcopal. Franciscanos y agustinos, que eran las Ordenes más antiguas y de mayor arraigo en la región, le negaron obediencia en varias ocasiones, y el obispo tomó las medidas enérgicas que se requerían [46].

Los españoles radicados en Tzintzuntzan y en Pátzcuaro crea­ban otros problemas al prelado, sobre todo después del incidente con Juan Infante. Vieron cómo don Vasco desafiaba al virrey, y se atrevía a desobedecer una orden real, y consideraron como un peligro el hecho de que el mismo obispo acaudillara a los indios, y amenazara con un levantamiento masivo contra la ejecución de órdenes de una autoridad competente. No quisieron, por tanto, continuar en las ciudades en que el obispo proindígena tenía su sede, y aprovecharon la presencia del virrey para pedirle la fundación de una ciudad para ellos, los españoles, que no estuviera sujeta a Quiroga, y que más bien le sirviera de contrapeso, y en un momento dado, fuera el centro político y religioso de la provincia, dada la calidad de sus moradores. Don Antonio de Mendoza les escuchó con atención, y tras meditarlo un poco resolvió actuar. Tan pronto como llegó a Tiripetío para sostener conversaciones con Pedro de Alvarado sobre descubrimientos en el norte de la Nueva España [47], decidió desempolvar una cédula real de 1537 en que se ordenaba la fundación de la villa de Valladolid, en el valle de Guayangareo, cercano a las encomiendas de sus amigos Juan de Alvarado y Juan de Villaseñor Orozco, a quienes encargó que en su nombre fundaran, no la villa mencionada sino una Nueva Ciudad de Michoacán, basándose en que Pátzcuaro no era lugar adecuado [48]. Expidió una Provisión (23 de abril de 1541) sobre esta fundación. "Por cuanto-dice el documento de Mendoza- siendo informado su Magestad, que la ciudad de Mechoacán se había puesto y asentado en parte y lugar no conveniente, y que había necesidad de se mudar a otra parte, me envía a mandar que informado de lo susodicho, hiciese asentar la dicha ciudad en parte y lugar conveniente... en cumplimiento de lo cual estando en la dicha ciudad de Mechoacán, me informé de lo susodicho..." [49].

Los ricos españoles, promotores de aquel movimiento, que además correspondía a los propósitos del virrey, enemigo de Quiroga, dieron inmediato cumplimiento a la orden, y con todo el apoyo de éste comenzaron a levantar casas, con iglesias y monasterios de franciscanos y agustinos, todos en rebeldía contra el obispo. Unos años después, los vecinos de esa Nueva Ciudad pedían que el obispo pasara a radicar allí o que les enviara quién les atendiera espiritualmente. Quiroga, en alegatos sólidos, se opuso a las pretensiones de los vecinos, y el asunto llegó hasta la corte de España. El rey ordenó la atención religiosa de los españoles de Guayangareo, y el obispo insistió en sus puntos de vista, y para reforzarlos decidió ir a la península, y se embarcó en 1547.

El señor obispo había hecho trasladar desde España a Hernando Toribio de Alcaraz, cantero (es decir arquitecto) muy competente, quién hizo el proyecto de la gran catedral de cinco naves que el ilustre prelado deseaba construir en Pátzcuaro. Toribio contribuyó además, en la defensa del proyecto, y con ese fin acompañó al señor Quiroga en el viaje a España, y fue el que construyó la única nave que es ahora la Basílica de N.S. de la Salud [50].

En la corte consiguió varias mercedes para sus fundaciones, principalmente para sus hospitales y su Colegio, con lo que les dio seguridad. Aclaró debidamente el problema de las tres ciudades que ostentaban el título de Ciudad de Michoacán (Tzintzuntzan, Pátzcuaro y Guayangareo); y bien provisto de estas armas, regresó a su diócesis y siguió en la lucha. De paso, de Santo Domingo, trajo unas plantas de plátano que puso en Ziracuaretiro, y que al propagarse han dado lugar a una fuente de riqueza para el país.

Pátzcuaro resultó favorecido con el viaje de don Vasco. No sólo consiguió que el Papa autorizara el cambio de la sede de erección al barrio que él señalaba, sino que a instancias suyas se le concedió el título de Ciudad de Michoacán y se le dio escudo de armas [51].

Cuando Quiroga estuvo en España, el monarca pasaba por una de esas crisis de conciencia que en él eran frecuentes; preguntaba a todos cuál era el medio más eficaz y cristiano de tratar a los indios. En 1550 coincidieron en la corte: el presidente de la Audiencia del Perú, licenciado de la Gasca; el regente de Lima; el obispo de Chiapas, fray Bartolomé de las Casas; el de Michoacán Vasco de Quiroga; y Bernal Díaz del Castillo, personaje sobresaliente en la conquista de México. El rey les pidió su opinión acerca del repartimiento de indios y si éste debería ser provisional o definitivo. En la reunión, don Vasco interpeló a de la Gasca sobre las razones que había tenido para no castigar a los encomenderos "bandoleros y traidores", a quienes conocía demasiado por haberles dado indios. El de Perú se rió cínicamente y contestó: "Creerán, señores, que no hice poco en salir en paz y en salvo de entre ellos, y algunos descuarticé y hice justicia". Como en todas partes, los intereses de los aventureros se impusieron sobre las leyes y los aplicadores de éstas.

En el punto concreto de los repartimientos, dice Bernal Díaz del Castillo, que el obispo Las Casas opinaba que no debía darse en forma definitiva, en tanto que el mismo Bernal opinaba lo contrario, y además que se otorgaran a los conquistadores, "a los verdaderos", a los que "pasamos con Cortés, y a los de Narváez ya los de Garay". "Don Vasco de Quiroga -escribió Bernal- era de nuestra parte", y al final votó por el repartimiento perpetuo [52].

Este es el testimonio del conquistador y cronista, pero no sabemos cuál sea la verdad, pues quien podría aclararla o sea fray Bartolomé de las Casas, no alcanzó a prolongar su Historia de las Indias hasta 1550 como pretendía, y su manuscrito termina en 1520.

Es más, creemos que la interpelación al presidente de la Audiencia de Lima sería más bien de las Casas y no de Quiroga, pues aquél escribió en el epílogo de su Breve relación de la destrucción de las Indias Occidentales, sobre las consecuencias que tuvieron en Perú las Nuevas Leyes de 1542. Se refirió a los encomenderos: "y así acordaron de tomar por renombre traidores, siendo crudelísimos y desenfrenados tiranos", y denuncia que se cometían en ese año (1546) "tan horribles y espantables y nefarias (sic) obras... pues no ha habido justicia del Rey que los castigue".

Se comprende que el denunciante de estas atrocidades fuera quien preguntara al representante de la autoridad real por qué no había castigado aquellos "traidores". Y si en esto falló la memoria a Bernal Díaz, es posible que también le fallara en cuanto a la posición de Quiroga en esa Junta. Por lo menos queda la duda [53].

En una carta que don Vasco envió a su amigo Juan Bernal Díaz de Luco, obispo de Calaborra, el 23 de abril de 1553, en la que el obispo de Michoacán dice: "reciba vuestra señoría esta breve con lo que con ella fuere, que a lo menos será lo De debellandis Indis, sobre que, por mandado de su Majestad, ha habido en esta corte gran concentración de los letrados que lo altercaban, los unos un extremo, y los otros otro...".

Se refería Quiroga a la reunión celebrada en Valladolid en dos etapas (agosto-septiembre de 1550 y abril-mayo de 1551), cuyas figuras centrales fueron Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas, con la participación de una docena de personajes destacados en cuestiones teológicas y jurídicas. Don Vasco no fue invitado, y por eso escribe a su amigo y le envía su opinión en un tratado latino que, incompleto y revuelto se conserva en la Real Academia de la Historia, en un expediente que contiene documentos de fray Bartolomé de las Casas. La carta se archivó allí mismo, con una nota de puño y letra de Sepúlveda, que dice: "Del obispo de Mechoacan, donde quiere probar que se puede hacer guerra a los indios por traellos a la fe".

Todos los documentos de la Casas fueron estudiados en el siglo XVIII por Juan Bautista Muñoz, quien describió el contenido en dos tomos, y encontró las páginas sueltas del tratado De debellandis lndis (sobre la guerra que se le debe hacer a los indios), y así lo describió: "Sigue, en 12 fojas, un fragmento de un tratado anónimo en latín, al parecer de algún jurisconsulto, sobre la legitimidad de los títulos con que los Reyes de España ocuparon y poseen la América (Este puede ser el tratado del Obispo de Mechuacán)".

El investigador René Acuña dice que don Vasco "se acusa como figura de hombre de acción, que como hombre de pluma. Esta condición de hombre no suele, por lo común, hacer profesión ni sentar plaza de ideólogo coherente", y enumera los juicios y opiniones contradictorias que don Vasco expresó a lo largo de su extensa vida, sus cambios y la gran "movilidad de su pensamiento". A veces admite la conquista armada y luego la repudia; en ocasiones defiende la evangelización pacífica, y por momentos difiere de esa idea. Pero en lo que sí tuvo constancia fue en su apego a las comunidades indígenas, que el llamó "hospitales", y a la educación de la juventud, tanto la que formaba en dichas comunidades en el aprendizaje de artes y oficios, como los que estudiaban para el sacerdocio en el Colegio de San Nicolás Obispo que fundó en Pátzcuaro, sede de su diócesis, hacia 1540 [54].

Don Vasco, por entonces, había dejado de ser encomendero, sin haberlo sido en lo personal. Desde 1537, los prelados de México, Guatemala y Oaxaca pidieron al rey concediera alguna encomienda a sus diócesis para el sostenimiento del culto y de la obra social. El rey accedió, y Quiroga alcanzó la encomienda de Huaniqueo, en la misma provincia de Michoacán, que en 1539 le produjo 319,194 maravedíes. El salario del obispo era de 500,000; el producto de la mencionada encomienda se le descontaba de su salario, y el resto, si no tenía otra concesión, lo completaban las cajas reales.

Las Nuevas Leyes prohibieron las encomiendas, y los primeros que tuvieron que dejadas fueron los obispos. Quiroga había comprado ganado e instalado un molino y un batán en Huaniqueo, de modo que pidió al monarca le hiciera merced de los ingresos que de allí se deribaban, para el sostenimiento del Colegio. El rey le concedió lo que pedía, por ser de justicia [55].

Para el mismo fin solicitó en 1552 dos cerrillos en la misma provincia, que le fueron concedidos, así como diversas cantidades en efectivo. Contaba, además, con las aportaciones de los hospitales pueblos, que para entonces serían tres [56].

Volvamos al tema del tercer hospital de Santa Fe. No ha podido precisarse en que fecha lo fundó el señor Quiroga pero se cree que pudo ser 1539, por lo que el rey dice en su mencionada cédula del 25 de junio.

Como hemos dicho, el rey dio respuesta a una solicitud de Quiroga para fundar un hospital para chichimecas junto al río Lerma. El término chichimeca era genérico; eran tribus que se caracterizaban por ser nómadas e indomables. Siempre se hablaba de esos indios como de fieras, pero don Vasco no compartía ese punto de vista. Para él eran tan dóciles como los otros indios y susceptibles de ordenamiento: "piden baptismo y doctrina y la buena paz, amor y conversación nuestra, si nosotros buenamente lo quisiésemos y se la diésemos y no los amontásemos, ni irritásemos, ni los hiciésemos más zahareños, ni los traxésemos tan espantados con ver obras tan crueles e inhumanas, como ven, saben y entienden en nosotros para con ellos" [57].

El doctor J. Guadalupe Romero dice que el actual Estado de Guanajuato fue habitado, antes de la conquista, por tres tribus "casi bárbaras": otomites, guachichiles y pames. Los primeros tuvieron como centro Yuririapúndaro, pero vagaban por Celaya, Salamanca, Silao, Guanajuato, San Miguel, San Felipe, Dolores y otros pueblos de ese rumbo; en tanto que los segundos andaban en Pénjamo, Cuitzeo de los Naranjos y Piedra Gorda; los pames vivían en Xichú, San Luis de la paz y Arnedo. Agrega que don Vasco erigió el curato en este último lugar [58].

El mismo autor, al referirse a Santa Fe del Río, menciona el hospital que allí existió regido por un rector. "El nombramiento de estos rectores lo encomendó en su testamento al venerable cabildo de Michoacán, que todavía mantiene este patronato" (1860); y aun los indios del lugar sostenían dos escuelas con el producto de los bienes comunalesn[59]. Todavía en 1875, el cabildo eclesiástico de Morelia intervenía en defensa de los indios de Santa Fe del Río, según documentos que transcribe Tena Ramírez de sus originales que están en el archivo del Cabildo Eclesiástico de Morelia [60].

Don Manuel Toussaint, por su parte, publicó el privilegio de los dos hospitales de Santa Fe, el de México y el de la Laguna. El documento, firmado por el rey en 1535, y presentado primero por Quiroga y luego por el cabildo de la catedral vallesoletana para pedir la inmunidad de tributos a los indios pobladores de estos "pueblos y hospitales". La última presentación de este privilegio fue el 12 de abril de 1711, y la Audiencia acordó el acatamiento a la disposición real, pero al declarar la exención, sorpresivamente dicen: "no deben pagar tributo los Naturales del Obispado de Santa Fee, y Santa Fee del Río". Hace extensiva la suspensión del tributo a los dos hospitales-pueblos del obispado de Michoacán, no obs­tante que el privilegio original se refería solamente a "dos Hospi­tales de Indios con el título de Santa Fe; vino en distancia de dos Leguas de México, y el otro en el Obispado de Mechoacán" [61].

Desconcierta el informe enviado por Quiroga al Consejo de Indias en el que se refiere a los chichimecas, "unas gentes bravas y silvestres" que, desde hacía veinte años, iban en masa a bautizarse a Pátzcuaro, y que por ese tiempo (1561) no podían pasar porque los españoles les acusaban de sedición y les mandaban a la cárcel o a las minas, y algunas veces los vendían como esclavos. Dice don Vasco que los chichimecas desean vivir como cristianos y han establecido pueblos "en ciertos sitios para ello muy aparejados, el principal de los cuales se llama Epengamo". Este lugar, seguramente Pénjamo, se encuentra muy cerca de Santa Fe, cruzando el río. Lo extraño es que en 1561 no haga ninguna mención del hospital. Entonces si éste no existía ni en 1561 ni en 1565, debe haberse fundado después de la muerte de don Vasco, y aclara mucho este asunto la Minuta y razón de las doctrinas que hay en este obispado de Michoacán, documento del siglo XVII (1631) que al hablar de Santa Fe de la Laguna, le agrega un Santa Fe del Valle, en Huaniqueo, y Santa Fe del Río, "doce leguas distante", donde "Comienza a fundar hospital ahora, año de treinta y dos". Pudiera ser que el compilador se refiera a hospital para enfermos, de los que don Vasco fundó varios, y sus discípulos multiplicaron por toda la provincia, y que el solo hecho de incluir Santa Fe del Río al Iado de las fundaciones de Quiroga ya estuviera indicando que era uno de sus hospitales-pueblos. A esta última conclusión nos inclina una nota agregada años después a la misma Minuta: "Todas las tierras de estos pueblos son del hospital, y las de Sta. Fe del Río son mucho mejores para todo género de cosechas, de manera que los indios siembran en las tierras del mismo hospital, que se las da de gracia" [62].

A estos indios rebeldes los recibían en el hospital de Santa Fe de la Laguna, con disgusto de algunos españoles. A los chichimecas que no se recogían en el hospital, se les daba ropa y alimentos, que don Vasco reunía entre la población de Pátzcuaro, Tzintzuntzan y otros pueblos. Esto no les parecía bien a quienes les tenía declarada la guerra; y hasta los frailes se mostraban irritados por ello. Fray Maturino Gilberti, quien vivió muchos años entre los tarascos y escribió un vocabulario de su lengua, acusó a Quiroga ante el rey de varias faltas, y entre ellas que durante años había pedido a los indios de Pátzcuaro "ropa y otras cosas para dar a los chichimecas infieles que salen a los caminos a matar y robar" [63].

Por esta actitud de don Vasco, que a Gilberti le parecía casi delictiva, es muy probable que se haya propuesto fundar un hospital para los chichimecas, como antes lo había hecho con los mexicanos y con los tarascos. Lo desconcertante es que, en su testamento, no mencione más que el de México y el de la Laguna, aunque existe plena confirmación de que el de Santa Fe del Río fue fundado por don Vasco y estuvo bajo el patronato del cabildo eclesiástico de Valladolid.

Fallecido fray Juan de Zumárraga, recién promovido a la digni­dad de arzobispo de México, su iglesia quedó sin timonel. En su testamento había pedido al rey y al Papa que pronto enviaran al sustituto. Quiroga se encontraba en España y allá recibió proposiciones para el arzobispado, que él rechazó pues prefería estar frente de su obispado entre los indios tarascos. Conoció en la corte a fray Alonso de Montúfar, designado sucesor de Zumárraga, e hizo el viaje de regreso a México en su compañía. Ambos prelados tenían hondas coincidencias que, durante el trayecto, hubieron de afian­zarse, de modo que, ya en México, hubo una mayor coordinación sobre todo en la obra educativa [64].

Agobiado por el peso de los años, cansado y enfermo, don Vasco de Quiroga se retiró a la sedé de su obispado. A principios de 1565 manifestó al cabildo de la catedral su voluntad de testar, y el día 24 de enero se presentó el notario Alonso de Cáceres y dio fe del documento elaborado por el obispo, y lo certificó en presencia de los miembros del citado cabildo y de presbíteros y diáconos de su iglesia, en calidad de testigos.

El documento, de quince hojas, contiene, en su primera parte, el reglamento del Colegio de San Nicolás Obispo y amplias recomendaciones para la conservación y mejoramiento del plantel, así como sobre la permanente ayuda que debía dar a la educación y evangelización de los indios. Mencionó como bienes de] Colegio: la estancia de Xaripitío, en Huaniqueo, y recomendó que del producto de esa estancia y de los hospitales se paguen misas de sufragio por sus padres, sepultados en la iglesia de San Nicolás, de Madrigal; y que los talleres de los mismos hospitales hicieran mantas para el hospital de Nuestra Señora de la Asunción y Santa Marta, de Pátzcuaro. Dejó impresos ejemplares de una Doctrina Cristiana hecha en Sevilla, útil para adultos y niños. Estableció una forma de patronato para sus fundaciones, que reconoce principalmente a los reyes de España, quienes habían aceptado, y en caso de que alguno en lo futuro no aceptara, lo encarga a los deanes y cabildos de las catedrales de México, y Michoacán, presentes y futuros. Declaró al rector del Colegio Patrón de la Capilla Ambrosiana, por la devoción que el testador tuvo por San Ambrosio. Dejó su biblioteca al mismo plantel, y una cantidad de dinero para la reparación y conservación de su edificio. Nos enteramos que el señor obispo tenía esclavos, hombres y mujeres, a quienes concedió la libertad. Dejó pequeñas cantidades de dinero a sus más cercanos ayudantes; al presbítero Sebastián Gómez, "porque me ha servido, así a mi persona como en los pleitos que se han tratado por nuestra iglesia y obispado de Mechuacán"; igual a su mayordomo, su criado mulato y su cocinero negro. Para estos donativos, y para los gastos de su entierro, pidió que se vendieran sus muebles y objetos de uso personal, que es la declaración más solemne de su desinterés por las cosas materiales en los altos cargos que desempeñó en la Nueva España. Una especial recomendación hizo sobre el cumplimiento de las Ordenanzas de los hospitales de Santa Fe; se cree que las terminó poco antes de testar, y constituyen la pieza fundamental para el conocimiento de su manera peculiar de entender los problemas sociales de su tiempo [65].

Poco tiempo después de su testamento, el 14 de marzo del mismo año, falleció el ilustre prelado. El biógrafo Moreno afirmó que tan triste suceso acaeció en Uruapan, durante una visita pastoral que hacía en aquel lugar [66]. Existen fundadas razones para pensar que el deceso ocurrió en la ciudad de Pátzcuaro; así lo afirma el cronista Larrea, y es más, el canónigo Juan de Velasco, uno de los albaceas testamentarios, dice que el obispo Quiroga murió en "esta dicha ciudad", y en ese tiempo la única ciudad era Pátzcuaro. Parece que Moreno tomó el dato de una vieja pintura que representaba a don Vasco; pero también hay pinturas, como la que está en la capilla de Santa Fe de México, en la que se lee que su fundador murió en Pátzcuaro [67]. Y para no abundar más, el mismo Moreno escribió que "el mismo día de su entierro se hizo el inventario de sus bienes", y ahora sabemos que dicho inventario se levantó el 17 de marzo de 1565 en Pátzcuaro. Se desvanece, por inaceptable, lo que afirmó el señor Medal en sus apuntes: "Sus venerables restos mortales fueron trasladados a Pátzcuaro el 29 de noviembre de 1739" [68].

Después de la muerte de Quiroga, por virtud del patronato del cabildo eclesiástico de Michoacán, este cuerpo defendió denodadamente las fundaciones del obispo, y por espacio de tres siglos mantuvo incólume su derecho a la administración de los hospitales, hasta que las nuevas circunstancias de la nación determinaron su extinción o su modificación.

El inventario de las pertenencias de don Vasco contiene unos 260 objetos de poco valor material, con lo que apenas se pagarían los donativos a personas y los gastos del entierro. La almoneda debe haberse hecho el mismo día, incluso los objetos que estaban en la capilla del difunto, y que era lo más importante, como unos cuadros flamencos, casullas, cálices e imágenes diversas. El día 20 del mismo mes se inventariaron otras cosas y los animales de que se servía el prelado, 3 mulas y un caballo [69].

Deliberadamente dejamos para la parte final de este capítulo de antecedentes de nuestro Colegio, lo referente al escudo de don Vasco de Quiroga, que es el que usó siempre San Nicolás, y actualmente es el de la Universidad Michoacana. Dejamos al último este asunto por la escasa información que tenemos al respecto.

Don Nicolás León, en su biografía del señor Quiroga (1903) alude a la nobleza del primer obispo de Michoacán, y describe su escudo de armas y el significado de cada uno de sus símbolos: "...acuartelado en cruz; en el primer cuartel, sobre campo de sinople se miran seis dados o quinas de plata, cargados de cinco puntos, en sautor, que es de la casa de Braganza; el segundo cuartel, sobre fondo de plata, contiene cinco estacas de oro, calzadas de hierro en sus puntas, propias del apellido Valcarce o Valcárcel; el tercer cuartel, con fondo de sinople con cinco estacas de plata, dispuestas en pal, que es el de Vázquez Quiroga; en el cuartel cuarto, sobre plata, está una encina terraza a, que es de la casa de Quiroga. Todo el escudo es orlado de oro y superado por las ínfulas episcopales, en color  propio".

Esta descripción del escudo episcopal de don Vasco se comprueba con el que aparece labrado en una de las almenas del atrio del templo de Santa Fe de México, y también en la fachada del mismo edificio, en donde se aprecia con mayor claridad. Coinciden ambos con un sello del obispo, impreso en cera, y encontrado por el doctor Warren en el Archivo General de Indias. Es más, en el retrato del ilustre fundador que se encuentra en la sacristía del mismo templo de Santa Fe de México, figura el escudo original, aunque varía en el número de barras y de dados comparándolas con el de la almena, pero no con el de la fachada del templo. Este retrato es de 1737.

Hubo, sin embargo, una adulteración del escudo nobiliario de Quiroga, y la más antigua que hemos hallado se encuentra en el retrato que está en la sacristía de la Basílica de Nuestra Señora de la Salud en Pátzcuaro. Allí se sustituyen las barras del cuartel segundo y se coloca una cruz; las barras del tercer cuartel tienen una forma rara como de tubos de órgano; y la encina parece como un ciprés en forma alargada. Este retrato es de 1755, y alude a la llegada de los jesuitas a Pátzcuaro y dicen que ello se debió a las gestiones del Chantre Pérez Negrón ante San Francisco de Borja

El licenciado Juan Joseph Moren publicó la biografía de don Vasco en 1776, y hace la descripción del escudo de armas que comprueba "su nobleza antigua y heredada", y agrega el ilustre rector del Colegio de San Nicolás. "He hecho de este escudo descripción menuda, por distinguir de otro, que vulgarmente se piensa ser del señor Quiroga, y no es". ¿Aludía Moreno a las modificaciones que vemos en Pátzcuaro? ¿Serán éstas obra de los jesuitas, que eliminan hasta las gestiones directas del obispo ante San Ignacio de Loyola para el envío de operadores de esa Orden al Obispo de Michoacán?

Los nicolaitas usaron -¿desde cuándo?- el escudo adulterado. Al secularizarse el Colegio, se dispuso que los alumnos llevaran un brazalete con el escudo de don Vasco, y seguramente fue el que vemos en documentos de finales del siglo XIX, y así pasó el escudo de don Vasco al sello distintivo de nuestra Universidad.


Notas:

[1] El cargo de gobernador y capitán general fue un triunfo de Cortés "más difícil que la empresa del descubrimiento, de la conquista y de la pacificación" según la opinión de Pereyra. Ver el texto del nombramiento en la obra de este autor: Hemán Cortés, pp.220 221.
[2] Ver fray Bartolomé de las Casas: Breve relación de la destrucción de las Indias Occidentales. Sobre la defensa de los indios por los dominicos: Venancio D. Carro, O.P., España en América..., pp. 93-101.
[3] V. Manuel Orozco y Berra, Hist. de la dominación española en México,.II, pp.61-63
[4] La carta de los oidores a la emperatriz, en Joaquín García Icazbalceta, Don fray Juan de Zumárraga, t,11,pp.283-299.
[5] J. B. Warren. Vasco de Quiroga y sus hospitales-pueblo de Santa Fe. p37.
[6] La Carta de Vasco de Quiroga al Consejo, en Rafael Aguayo Spencer, Don Vasco de Quiroga, taumaturgo de la organización social, pp. 77-83.
[7] Ibid, p. 81.
[8] Carta de fray Martín de Valencia y otros misioneros al emperador, en Joaquín García Icazbalceta, Colección de documentos para la historia de México, t.2.pp.155-157.
[9] Parecer de don Sebastián Ramírez de Fuenleal. ¡bid., pp.165-189
[10] Carta del licenciado Francisco Ceynos, oidor de la Audiencia de México. /bid.,pp. 158-164
[11] Parecer de fray Domingo de Betanzos. Ibid., pp. 190-197
[12] J.B. Warren, op. cit.,p.24
[13] 1b;d.,pp.58-64.
[14] Ibid.,pp.6-7
[15] Ibid.,pp.81-88.
[16] Juan Joseph Moreno. Fragmento de la vida y virtudes del V. Illmo. y Rmo. Sr.Dr. Don Vasco de Quiroga.p.17.
[17] Ignacio Romerovargas Y. Organización polftica de los pueblos de Anáhuac, p.l73.
[18] Francisco Miranda Godínez. Don Vasco de Quiroga y su Colegio de San Nicolás, p.1l0
[19] J.B. Warren op.cit., p.45. Ver la obra de Luciano, traducida y con notas muy pertinentes, por Ra61 VIllaseñor, en Cuadernos Americanos Año XII (1953), N6m.2,pp.155-175. Ver también Vasco de Quiroga. De Debellandis Indis. Edic. de René Acuña. UNAM. Mex. 1988.
[20] Ibid., pp. 84-85.
[21] JJ. Moreno, op.cit., p.132.
[22] Mariano Cuevas. Documentos inéditos del siglo XVI para la historia de México, pp.76-77.
[23] Ver Cédula Real (5 jul. 1533) en J.8. Warren, op.cit., apéndices. El Virrey Mendoza hace entregas de maíz en 1537 y 1538. Ver Boletín del Archivo General de la Nación, t.X, Núm. 2, p.239
[24] J.B. Warreo. Minas de cobre en Michoacán 1533. En Anales del Museo Michoacano, 2a.época, N6m.6, pp 35-52.
[25] M.L. Horcacitas de Barros. La artesanía de Santa Clara del Cobre., pp. 76-82.
[26] Ver: Daniel F. Rubín de la Borbolla. Orfebrería tarasca, pp. 127-138.
[27] Ver: Vasco de Quiroga. Información en Derecho... sobre algunas provisiones del Real Consejo de Indias. Ver: texto y notas críticas en Paulino Castañeda Delgado, Don Vasco de Quiroga y su Información en Derecho; la parte citada, pp. 128-130. Este importante documento ha sido publicado también por Rafael Aguayo Spencer, Don Vasco de Quiroga, taumaturgo de la organización social, pp.85-229. En esta edición se agregan, al principio, la Bula de Alejandro VI sobre reparto del mundo nuevo (1493), y la Cláusula del Testamento de Isabel la Católica, en que la reina dispone se favorezca a los naturales de las islas y tierra firme del Nuevo Contienente; estos documentos no figuran en la obra de Castañeda Delgado. Por otra parte" la referencia de Quiroga al Villano del Danubio, la obra de fray Antonio de Guevara, descubre la amplia cultura de don Vasco, pues en la fecha que él señala aun no se publicaba el libro, y sólo unos cuantos conocían los manuscritos en la corte. Ver el texto del Villano, en José Gaos, Pensamiento español, pp.25-33
[28] Sobre la obra del obispo Zumárraga puede verse la biografía, ampliamente documentada, de don Joaquín García lcazbaleeta, en cuatro tomos (1947). Acerca del erasmismo de nuestro obispo debe verse Erasmo y el Nuevo Mundo, apéndice al tomo 11 de Erasmo y España, de Mareel Bataillon; y sobre Zumárraga y sus lecturas de Tomás Moro y otros renaeentistas: Silvio Zavala, Letras de Utopía, en Cuadernos Americanos (1942).
[29] La carta de la emperatriz es del 16 de febrero de 1536. (Arch.Gral.de Indias, Justicia, 140). El embajador español en Roma propuso la candidatura de Quiroga al Papa, y éste autorizó al cardenal de Gonzaga para que presentara el caso al consistorio secreto, que aprobó el nombramiento de don Vasco. Las bulas papales se despacharon el 8 de agosto del mismo año. René. Acuña insinúa que fue Zumárraga, durante su estancia en España (1533-1534) quien propuso a Quiroga para el obispado
[30] M. Cuevas, op. cit., pp.76-77.
[31] La cédula real (13 de nov. 1535) que ordena el juicio de residencia, en Documentos inéditos referentes al ilustrísimo señor don Vasco de Quiroga, recopilados por Nicolás León, pp.40-43
[32] Ibid.,pp.85-86.
[33] Fr. Pablo de la Purísima Concepción Beaumont, Crónica de Michoacán, libro 10., cap. 20. Ver también: J. García Icazbalceta, Don Fray Juan de Zumárraga, t.III, pp.85-90; Y R. Aguayo Spencer, Don Vasco de Quiroga. Documentos, pp. 442-444.
[34] R. Aguayo Spencer. Don Vasco. Documentos, cit.,pp.446.
[35] Ibid.,pp.453-454.
[36] Documentos inéditos referentes al ilustrisimo señor..., cit.,pp.82-83
[37] Existe discrepancia en la fecha. Aquí se anota la del documento íntegro que publicó JJ.Moreno, Op.cit.,pp.86-89.
[38] Vid. J .B. Warren. Vasco de Quiroga y sus hospitales-pueblo de Santa Fe.pp.122-123.
[39] Ambas actas de posesión en M. Toussaint, La primitiva catedral de Michoacán pp.137-148. Vid. Nicolás León, op. cit., pp.174-176. Numerosos autores, incluído el Dr. León, opinan que la sede del obispado permaneció en Tzintzuntzan un año.
[40] Tzintzuntzan había quedado en la real corbna, con el nombre de Ciudad de Huitzitzila de Michoacán por cédula del 5 de abril de 1528. Se le declaró Ciudad de Michoacán en otra cédula del 28 de septiembre de 1534. Esta última cédula, en J J .Moreno, op.cit.,71-72.
[41] La cédula en Documentos inéditos, cit., pp.37-39.
[42] F. Tena Ramírez, Vasco de Quiroga.v su.; Pueblos de Santa Fe en los siglos XVI/J y XIX,p.135.
[43] Ibid., pp.125-139. Quiroga era obispo electo y confirmado, pero aun no tomaba posesión. El virrey le tenía ocupado "contando los vasallos del Marqués (Hernán Cortés) en sus pueblos", en funciones de oidor.
[44] Los detalles de este incidente en Beaumont, op.cit., t.lI, publica el interrogatorio del litigio, pp.269-285. También en Warren, Vasco de Quiroga, cit., pp.124-143.
[45] Ver, J.B.Warren, op.cit .supra, pp.93-101.
[46] Sobre estas dificultades, ver: JJ. Morel\o, op.cit.,p.65; y Francisco Miranda Godínez. Don Vasco de Quiroga y su colegio de San Nicolás,pp. 234-236.
[47] Las capitulaciones de Tiripetío tuvieron por fin la explotación de una extensa Las capitulaciones de Tiripetío tuvieron por fin la explotación de una extensa zona del país, donde se suponía estaban las Siete Ciudades de Oro, que fray Marcos de Niza afirmaba haber visto. El virrey Mendoza quería pasar a la Historia como el descubridor de ellas, pero quiso hacerlo por medio de Alvarado, quien puso sus condiciones para esa empresa. Nada pudo hacerse por la muerte del mismo Alvarado. Se trataba s610 de una fantasía. En Tiripetío existía un convento agustino fundado en 1537 por los frailes Juan de San Román y Diego de Chávez y Alvarado, sobrino del encomendero. En 1540 fue trasladado. a ese convento fray Alonso de la Veracruz, a quien se hizo el encargo de establecer una Casa o Colegio Mayor, "formado por los Coristas estudiantes de Filosofía y Teología". Aunque, dice el cronista Navarrete, en "sus aulas, no únicamente los estudiantes agustinos se abrevaron a la fuente monumental del egregio Maestro, sino también varios laicos españoles e indígenas". Y cita como ejemplo a don Antonio Huitziméngar de quien hablaremos adelante como alumno de San Nicolás y no de Tiripetío como afirma el cronista. N.P. Navarrete. Historia de la Provincia..., t.l.pp.10-11 y 187. Algunos autores insisten en dar a este Colegio el nombre de la primera Universidad de América, cuando en verdad sólo fue un plantel para los estudiantes de la Orden Agustiana, como los de otras Ordenes; eso si con el prestigio indiscutible del gran Maestro, fray Alonso de la Veracruz.
[48] Los nombres de los fundadores de la Nueva Ciudad de Michoacán, según el acta respectiva, son los de pobladores, y aun funcionarios de Tzintzuntzan.
[49] El texto de la cédula real de l2 de octubre de 1537, así como la Provisión del virrey, del 23 de abril de 1541, y el acta de la fundación de la Nueva Ciudad (18 de mayo de 1541), en Juan de la Torre, Bosquejo histórico y estadístico de la ciudad de Morelia, pp.301-312. Existen dudas sobre la autenticidad de la cédula de 1537, no obstante que se conoce el original.
[50] La cédula real del 2 de mayo de 1545, y la respuesta de Quiroga a las peticiones de los vecinos de la Nueva Ciudad, en Documentos inéditos, cit., pp.8-31.
[51] La cédula real en que se concede escudo de armas a Pátzcuaro, del 20 de julio de 1553, en Antonio Salas León, Pátzcuaro, cosas de antaño y de hogaño, pp.22-24.
[52] B.Diaz del Castillo. Verdadera historia...,pp.129-131
[53] B.de las Casas. Breve relación...,p.158.
[54] Los poemenores, el texto latino, la traducción castellana y amplios estudios en: Vasco de Quiroga. De Debe/lantis lndis. Un tratado desconocido. UNAM. México. 1988
[55] F. Miranda Godínez, p.107.
[56] La concesión real y la provisión del virrey Luis de Velasco, en Cinco documentos sobre don Vasco de Quiroga, por Carlos Herrejón Peredo (Vasco de Quiroga y Arzobispado de Morelia), pp.163-165.
[57] V. de Quiroga. Información en Derecho. En la edición de R. Aguayo Spencer, p.101.
[58] J. Guadalupe Romero. Noticias para formar la estadística del obispado de Michoacán. p.197.
[59] lbid., pp.116-117. En 1848 el hospital tenía rentado su rancho de Patámbaro. Ver inventario del Colegio, en los apéndices de esta obra.
[60] F. Tena Ramiréz, op.cit.,pp.217-219.
[61] M. Toussaint. Pátzcuaro, pp.235-237.
[62] El obispado de Michoacán en el siglo XVII, pp.96-97
[63] El memorial de Gilberti, en el t.43, Ramo de Inquisición, del Archivo General de la Nación. El documento tiene fecha del 4 de febrero de 1563.
[64] Vid F. Miranda Godínez, op.cit.,pp.90-92.
[65] El testamento del señor Quiroga ha sido publicado y comentado por varios autores. Aquí se publica como apéndice, tomado del libro del doctor Miranda Godínez, quien lo cotejó en el Archivo General de Indias, ramo de Justicia, t.208.op.cit.,pp.281-303
[66] JJ.Moreno, op.cit., 120.
[67] En la parte inferior del cuadro dice: obit in Civitate de Pascuaro anno Domini 1565 aetatis sua 95. Ver una magnífica reproducción en: Enrique Cárdenas de la Peña. Vasco de Quiroga, precursor de Seguridad social, p.29: y Santa Fe de México a don Vasco de Quiroga, con trabajos de varios autores y noticias interesantes.
[68] J. Medal. Rasgos biográficos del Illmo. Sr. D. Vasco de Quiroga, p.2
[69] Inventario de bienes de don Vasco , en Cinco documentos Peredo, op.cit. ,pp.166-176

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